martes, 1 de mayo de 2018

No soy tu cholo, de Marco Avilés

El cholo es un término que usan los peruanos pero que puede tener sinónimos o equivalentes en Colombia. Cholo es un insulto: sirve para rotular al que no es blanco, al que no es rico, al que se ve, por su raza, más aindiado, más mestizo, más moreno, y, por ese motivo, se sospecha entonces menos educado, menos capaz, menos digno.

No soy tu cholo plantea a partir de situaciones totalmente cotidianas, como las entrevistas en radio, el ingreso a las discotecas o las playas privadas, la exclusión de nuestras sociedades por razón de la raza, aunque no es sólo el color de la piel: si eres cholo pero tienes plata entonces no eres tan cholo. Ser cholo es ser pobre, es no tener el dinero suficiente para comprar un apartamento o un estatus social que te quite la condición de cholo.

Marco Avilés no echa cantaleta, no hace un ensayo retórico sobre los problemas del racismo en el Siglo XXI o las injusticias que implica suponer que hay razas o clases superiores y otras excluidas. Su función no es la del sociólogo que teoriza sino la del cronista que muestra: Avilés hace evidente y visible lo que está a los ojos de todos pero a fuerza de cotidianidad ha dejado de indignar. Su técnica narrativa es el testimonio y con ello gana en fuerza e intensidad.

Cuando Avilés describe que Lima ha construido un muro para privatizar las playas resulta imposible no pensar en Cartagena o en Santa Marta, en la zona de Pozos Colorados, Gaira y El Rodadero. Cuando Avilés señala que los conjuntos cerrados se edifican en zonas que eran parques públicos inmediatamente se piensa en los megaproyectos urbanos que se han construido a costa de desplazamiento interno de antiguos habitantes de barrios tradicionales que súbitamente se vuelven de interés para los constructores. Cuando Avilés habla de Perú resulta imposible no pensar en Colombia. Y ese es quizás el principal mérito de este breve libro: constatar que en pleno Siglo XXI, nuestros países, profundamente mestizos, siguen soñando con el blanqueamiento del que se hablaba hace ya cien años.

Algunas frases:
Las palabras son seres más duraderos. Se heredan. Pasan de generación en generación y le dan forma a lo que somos.

Cumplir el sabio consejo del maestro Ray Bradbury: escribe al menos mil palabras cada día.

Por definición, los racistas son incapaces de advertir su propia suciedad.

La lucha contra el machismo no es una batalla de las mujeres contra una sociedad que las maltrata. Es una batalla de todos contra esa misma sociedad taimada, cortesana y calzonuda que así como las oprime a ellas también lo hace con los cholos, con los campesinos, con los homosexuales. El monstruo al que nos enfrentamos es el mismo.

Los limeños somos invasores de nuestro propio espacio común. Forasteros permanentes.

Lima es una ciudad de posguerra.

El muro de Lima es una obra digna de estudio psicológico (...) el muro de Lima tiene un aspecto útil. Es la arquitectura del innegable racismo que divide el país.

Asisten a una universidad privada, de esas que tienen espíritu de centro comercial: los baños tienen aromatizador, pero las bibliotecas carecen de libros. En ese modelo educativo, los estudiantes reciben trato de clientes.

Es la eterna disyuntiva de los cholos. Si no vienen a Lima, no existen.

O sea, los cholos jamás podremos soñar con ser cholos.

Es el efecto de la piel blanca. Te otorga el privilegio de la neutralidad.

La pobreza, la de ellos y la mía, es un idioma común.

El cholo cholea no porque no se siente cholo, sino porque intenta jugar como blanco.

La raza no solo se "mejora" teniendo hijos con alguien de piel más clara, sino acumulando más dinero, pasando por una universidad costosa, mudándote a otro barrio, podando las ramas de tu árbol genealógico, cortando tus raíces, olvidándote de dónde vienes.

El racismo es un demonio familiar. Vive con nosotros, se sienta en nuestra mesa, se echa en nuestra cama, nos susurra al oído.

Todo periodista es un turista que cree conocer las miserias del mundo porque las ha visto o caminando entre ellas. Esta profesión te vende esa ilusión. Pero hay un nivel de la pobreza que solo se conoce siendo pobre.

Según esa mentalidad rancia, el pobre no tiene derecho a hablar de su pobreza ni a protestar para que lo escuchen.

inmigrante... esa palabra se usa en un solo sentido: para señalar a los que nos movemos desde el sur hacia el norte. Es decir, para etiquetar a los latinos, a los africanos, a los asiáticos y a todos los que venimos a vivir y a trabajar a los llamados países desarrollados. 

El limeño es bien acogedor con el inmigrante. Con el inmigrante extranjero, quiero decir. Con los que venimos de provincias la historia es más jodida.

Cuando eres pobre la carrera que eliges no siempre es una expresión directa de tu talento o de lo que quieres ser en el futuro, sino la ruta que emprendes para salir de la pobreza.

¿Es tan difícil notar el privilegio cuando tú eres el privilegiado?


No soy tu cholo
Marco Avilés
Editorial Debate
Perú
Agosto de 2017
59 páginas

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