sábado, 12 de octubre de 2024

El silencio del violonchelo, de Vera Grabe

Hace al menos 30 años leí "Vida mía" un libro de Silvia Gálvis que recoge testimonios de mujeres colombianas reconocidas que tuvieron que afrontar distintas dificultades, y recuerdo aún la crudeza de lo que Vera Grabe le contó a la periodista, o quizás mejor, de lo que la periodista logró sacarle: detalles de las torturas que sufrió a manos de militares, cuando la capturaron por su militancia guerrillera en el M-19, y la difícil vida de la clandestinidad y la muerte de sus compañeros.

"El silencio del violonchelo" no llega a ese nivel de intimidad y emotividad. Es un ensayo escrito en primera persona en el que Vera Grabe reflexiona sobre las circunstancias particulares que implica la lucha armada para una mujer: la dificultad de decidir sobre la maternidad, la sexualidad en los campamentos, el secretismo con la familia, como medida de protección, y la necesidad de vivir las relaciones y los afectos en un eterno y radical presente, porque el futuro es incierto.

Vera Grabe tiene la posibilidad de contar detalles de la vida cotidiana en la tropa que han sido poco narrados en nuestra literatura y que ella conoció de primera mano. Sin embargo, quizás por sus años en la clandestinidad y su disciplina en el secretistmo, todo se narra con hondura y honestidad, pero con distancia. Sin infidencias, sin confesiones emotivas, con contención emocional, aunque no con frialdad. Usa el plural de la primera persona para evitar referencias personales que fueron colectivas pero que apelan directamente a su vida, como por ejemplo el sentimiento de deuda por los hijos que no pudieron criar. 

Después de la desmovilización del M-19 en 1990 varios de sus militantes fueron asesinados y otros lograron participación en la vida política de Colombia, por la vía electoral. Ese compromiso público exige costos o renuncias personales. "El silencio del violonchelo" habla sobre esos intereses personales que fueron aplazados o silenciados ante las necesidades de la vida guerrillera.
 
Algunos subrayados
Y aún hoy, la política como ejercicio dista mucho de humanizarse, en el sentido de que opone vida a compromiso público: sigue siendo una actividad absorbente (p. 9).

Después de muchos años es fácil caer en lecturas moralizantes, juzgar el ayer según parámetros actuales. El reto es cómo contar la historia incorporando los aprendizajes actuales, pero comprendiendo el ayer (p. 10).

"Usted no ha perdido el vicio de la clandestinidad". ¿Qué quería decir con eso? Más que la introversión como un rasgo de mi personalidad, se refería a la inmensa dificultad que me costaba haclar de mí como persona, expresar lo que sentía y quería, contar cosas de mi vida (p. 15).

La paz es también recuperar proyectos individuales (p. 16). 

ir a la cárcel significó para mi padre la recuperación de su hija; y para mí recuperar al padre como confidente, porque por fin, sin el obstáculo del secreto, pudimos recuperar el diálogo perdido por años (p. 20).

Una compañera dijo una vez que para ella era fácil amar a cualquier compañero, porque la afinidad los convertía en seres muy cercanos y amables, es decir, aptos para ser amados (p. 22). 

Los secretos amorosos eran tal vez los únicos que compartíamos entre mujeres, porque las cosas que nos pasan en la vida, lo que nos conmueve y ocupa, realmente sólo existe cuando lo podemos socializar, así, en secreto, con destinos afines (p. 23). 

en una vida que se vivía en tiempo presente, las exigencias de fidelidad eterna estaban suspendidas (p. 25).

En ese mundo de milicia no se hablaba de lo que se sentía, de cómo se sentía cada cual. Eran colectivos que tenían que probar que eran fuertes. Pero en el juego de los desafíos y del afianzamiento del colectivo, la mayoría de hombres y mujeres se hacían sus propias preguntas, y tenían sus propias dudas, su propia soledad (p. 29). 

el afecto genera incondicionalidad, pero al mismo tiempo implica un sentido de responsabilidad, de poner límites a la guerra (p. 35). 

aunque no estaba escrito, se suponía que los mandos femeninos debían pedir permiso para tener hijos (p. 39). 

(sobre los hijos) lo único que a estas alturas sé es que desprenderse también puede ser un acto de amor (p. 42).

muchos de quienes tuvimos hijos e hijas en medio de la guerra sentimos que tenemos una deuda con ellos. Tuvimos encuentros furtivos, a nuestro modo estuvimos presentes en su vida, pero no en su cotidianidad. Y ese es un tiempo que no se recupera. Vivir momentos no es lo mismo que vivir procesos cotidianos (p. 43). 

El silencio del violonchelo
Vera Grabe
Fondo de Cultura Económica, colección Vientos del Pueblo
Bogotá
Octubre de 2023
47 páginas

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