Al comienzo de "La era de la ansiedad" su autor, el filósofo bogotano Roberto Palacio, advierte que el libro "está escrito de tal manera que cualquiera lo pueda
entender. El que quiera pensar los tiempos en que vivimos
quizá pueda encontrar algo de valor acá. Será una decepción, eso sí, para quien en él busque filosofía académica.
O citas apa" (p. 19). La anotación se justifica por la bien ganada fama de los libros sobre filosofía: ladrillos pesados e inintelegibles que ahuyentan al lector no iniciado. Palacio se define a sí mismo como un "divulgador filosófico, ensayista y escritor" y en "La era de la ansiedad" desarrolla bien esos roles. Se trata de un ensayo de divulgación que aborda distintos conceptos que se sienten cercanos a la vida contemporánea y explica sus aristas a partir de las ideas de distintos autores que Palacio ha leído previamente y desglosa para el lector.
El libro está compuesto por una introducción y 9 capítulos que, desde los títulos, dan cuenta del contenido de la obra: Identidad, El amor, La virtualidad, Cultura Woke, Argumentación, El conocimiento, La educación, La felicidad y Filosofía. Al final de cada capítulo Palacio presenta la bibliografía sugerida para ampliar el tema, con un comentario sobre cada obra (4 ó 5 libros por capítulo) lo cual hace que cada capítulo/ensayo se lea como una provocación para seguir ahondando en las elucubraciones que despierta. Los autores citados van desde Sartre y Camus hasta Martha Nussbaum, Bertrand Russell y Byung Chul Han, pasando por Montaigne, Socrates y Pascal, entre otros.Palacio se muestra bastante crítico de la cultura woke, llama la atención sobre la vacuidad contemporánea que, desprovista de utopías, vacía la vida real para trasladarla al plano virtual, en donde tiene igual peso el que domina un libro de Dostoievsky y el que come 100 perros calientes en media hora. Señala que hay una confusión entre información y conocimiento y que en los tiempos actuales cotizan a la baja actividades como argumentar y pensar, lo cual se relaciona con una educación diseñada por competencias que buscan enseñar un oficio pero no enseñan a vivir/sentir ni a resolver situaciones complejas. En cambio, atiborran de actividades todos los espacios de la vida, para evitar el aburrimiento, con lo necesarios que son esos tiempos de ocio para poder pensar y crear.
Me hizo falta como lectora un capítulo de conclusiones o de cierre, una bibliografía unificada y quizás algún ensayo que abordara asuntos de filosofía política. La falta de debate de ideas políticas en el mundo contemporáneo se aborda en algunos capítulos y de hecho hay varias alusiones a Donald Trump, pero quizás faltó un ensayo dedicado de manera exclusiva a este tema. O quizás, como escribe el autor, esta carencia que encuentro revela un deseo personal: busco que el autor se interese en lo que me interesa a mí.
Algunos subrayados
Dice el filósofo francés Michel Onfray que todos nacemos filósofos, pero solo
unos tienen la suerte de seguirlo siendo cuando adultos (p. 14).
justamente esto es la ansiedad, el continuo palpitar del mundo dentro de nosotros cuando ya el vértigo y el peligro han cesado. Es la condición sin causa (p. 15).
la noción de “indignación” es central a
la cultura contemporánea. (p. 18).
lo que más quisiéramos
es ser alguien que no somos (p. 23).
detrás de los deseos de dejarse
atrás por completo, se asomaba el odio difundido y masivo
que está en todas partes: en las redes, en el trabajo, silencioso en las relaciones más cercanas. Odiamos lo que fuimos
y no podemos modificar (p. 28)
Nuestra vida comienza a asemejarse
a un programa de televisión que no tiene mucho sentido si no sale al aire (p. 30).
No se trata ya de
quién eres, sino de quién pareces ser. Ese eres realmente (p. 34).
¿Por qué nos parece prepotente la voz
propia? El ejercicio de la voz, el ser deliberante, outspoken, se
sienten como atrevimientos que pueden revelar nuestro
secreto narcisismo y, en últimas, nuestras vulnerabilidades (p. 37).
Lo que más quiero del otro, entonces, es que me narre
quién soy, cómo me ve; ¿cómo me veo en ti; cómo me ves?, ¿quién
diablos soy yo para ti? La respuesta a esta pregunta es una que
nunca me podrá dar el amante (p. 49).
Este es un conflicto característico del amor, volvámoslo
a enunciar: quiero al otro capturado, al tiempo lo quiero libre. Lo
que menos quiero es el compromiso jurado; nadie quiere oír
decir al amante, recuerda Sartre, algo así como: ¡te amo porque
me he comprometido a ello y no quiero desdecirme en mi palabra! (p. 52).
El amor es tiempo: necesitamos tiempo para llegar a amar al otro, y, en
otro sentido, si no se ama, no se dedica tiempo al otro (p. 55).
Hoy tenemos mascotas para vivir a través de ellas lo que
quisiéramos ser pero no podemos: criaturas con tiempo infinito (p. 56)
No nos extrañará que muchas cosas en el mundo en el
que vivimos no sean lo que parecen: la pornografía no es
sexo, la política no es debate sobre las formas de gobierno.
Ambas cosas, como diría Byung-Chul Han, son “representación”. Yo las llamo “coreografía”. La pornografía es coreografía, un cuidadoso y meticuloso estudio del ángulo
que capta el acto sexual de una forma única; es interrupción constante y corrección exasperante, algo como la fotografía profesional de comida. La política también lo es. ¿No
se pasa Kim Jong-un gran parte del día intentando pararse
en el lugar preciso para que las ceremonias políticas se vean
intachables? ¿No hay ejércitos de personas arreglando fotos
para que no se vea en ellas nada inadecuado —tumultos
pequeños, gente parada en lugares equivocados, los que no
lloran en el funeral del líder? Es por ello que Slavoj Žižek
dice que pornografía y política son dos caras de la misma
moneda. Somos una realidad puesta en escena (p. 76).
Mientras el espacio público se vuelve íntimo, a quién ha
de extrañar que el espacio institucional se vuelva uno de
emociones. El periodista Niall Ferguson alguna vez afirmó
que vivimos en una “emocracia”. Considérese el rol de las
instituciones públicas; las sostiene en su lugar el deseo (P. 98).
El hablar de “narrativas”
implica una independencia peligrosa de los hechos y de cualquier realidad objetiva (p. 104).
En el siglo xix teníamos la
urbanidad de Carreño; hoy tenemos la corrección política (p. 107).
En mi país, la mermelada emocional se presenta como
buenas maneras; no importa el abuso, si se despide a alguien
o si se le insulta, siempre y cuando las palabras empleadas
sean lo suficientemente floridas. Incluso, cuando se escuchan las grabaciones de los secuestradores que llaman a los
familiares de los plagiados no es raro que el criminal, luego
de la sarta de amenazas, termine diciendo algo como … y
disculpe. Colombia es un país en el que puede ser más grave
pasar sin saludar que disparar. Es común que cuando alguien
es atracado, otros pregunten si el atracador fue amable. Es
por ello que, al decir de Bertrand Russell, las buenas maneras son las formas de relación de los pueblos más barbáricos (p. 111).
La voz del que disiente se ha convertido en
una especie de canto irresistible de las sirenas que toca silenciar, ¡porque es posible que cambie mi punto de vista! Se
trata de un precepto personal (no concuerdo con una serie
de ideas) convertido en obligación colectiva (nadie las
debe escuchar) (p. 118).
El liberalismo contemporáneo es
simplemente la libertad de poder ser más conservador que
los conservadores, sin el estigma que ello implica (p. 121).
Argumentar no elimina la terquedad, no nos expone a
ambientes más tolerantes. Tiene la capacidad contraria de
sacar a relucir los dogmatismos. Pero mírese como se mire,
en toda su imperfección, y hasta que una mejor estrategia
sea inventada, la argumentación seguirá siendo una herramienta para evitar el dolor prevenible. ¿Por qué digo que la
argumentación evita el dolor prevenible? De nuevo, fueron
los antiguos griegos quienes dieron la clave acá: si no es por
medio de argumentos, preguntaron, ¿cómo más persuadimos a otro a seguir un curso de acción? Con el cuchillo en
el cuello, claro. Argumentar, por lo tanto, es una forma de
evitar la violencia, la amenaza o al menos la furia enardecida
de la indignación (p. 138).
Dos de los lenguajes principales del argumentar y del
pensamiento crítico vienen contenidos en estas sencillas
expresiones que usamos a diario:
… supongamos que…
… esto es como…
Quien pueda incorporar una o las dos está en el camino
de construir su propio pensar. De hecho, en mis seminarios sé
que un estudiante ha aprendido a argumentar cuando usa en
su lenguaje habitual con naturalidad estas expresiones (p. 146).
un lugar común de nuestra forma de vida es que
hemos externalizado casi todo… llevamos a cabo gran parte
de nuestra vida fuera de nosotros: construimos la identidad
en un espacio público aunque virtual de las redes sociales;
hemos puesto en los escenarios públicos lo que amamos (p. 154).
mientras que en los mundos del conocimiento y la tecnología se intenta que las máquinas piensen
como humanos, en los mundos “en desarrollo”, estamos en
la tarea contraria de intentar que las personas piensen y
actúen como máquinas a través de un algoritmo ciego (p. 158).
(Sobre la educación): Mostramos nuestra
admiración por otros o por lo que nos rodea, y a menudo
los demás convierten esta mirada en propia, y la extienden
como una parte de sus obsesiones e intereses (p. 175).
Educar
tiene por objetivo convertirnos en seres abstractos, dice
Rousseau, un ser que se puede exponer a cualquier accidente
de la vida (p. 180)
Es muy común que los estudiantes, que bien pueden llevar
diecinueve o veinte años sentados en un pupitre hacia el final de su proceso educativo, se hayan convertido en lo que llamo
“estudiantes profesionales”. Son capaces de repetir una historia en una materia, la contraria en otra y ciertamente son
expertos, como me consta, en generar el tipo de discurso que
creen que su maestro quiere escuchar (p. 190).
Educar
es mover a otro a ver sentido en donde no lo veía antes (p. 243).
La era de la ansiedad. Sobre el pensamiento y la emocionalidad
en un mundo sin utopías
Roberto Palacio
Ariel, Editorial Planeta
Bogotá, 2023
264 páginas
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