miércoles, 10 de enero de 2024

La era de la ansiedad, de Roberto Palacio

Al comienzo de "La era de la ansiedad" su autor, el filósofo bogotano Roberto Palacio, advierte que el libro "está escrito de tal manera que cualquiera lo pueda entender. El que quiera pensar los tiempos en que vivimos quizá pueda encontrar algo de valor acá. Será una decepción, eso sí, para quien en él busque filosofía académica. O citas apa" (p. 19). La anotación se justifica por la bien ganada fama de los libros sobre filosofía: ladrillos pesados e inintelegibles que ahuyentan al lector no iniciado. 

Palacio se define a sí mismo como un "divulgador filosófico, ensayista y escritor" y en "La era de la ansiedad" desarrolla bien esos roles. Se trata de un ensayo de divulgación que aborda distintos conceptos que se sienten cercanos a la vida contemporánea y explica sus aristas a partir de las ideas de distintos autores que Palacio ha leído previamente y desglosa para el lector. 

El libro está compuesto por una introducción y 9 capítulos que, desde los títulos, dan cuenta del contenido de la obra: Identidad, El amor, La virtualidad, Cultura Woke, Argumentación, El conocimiento, La educación, La felicidad y Filosofía. Al final de cada capítulo Palacio presenta la bibliografía sugerida para ampliar el tema, con un comentario sobre cada obra (4 ó 5 libros por capítulo) lo cual hace que cada capítulo/ensayo se lea como una provocación para seguir ahondando en las elucubraciones que despierta. Los autores citados van desde Sartre y Camus hasta Martha Nussbaum, Bertrand Russell y Byung Chul Han, pasando por Montaigne, Socrates y Pascal, entre otros.

Palacio se muestra bastante crítico de la cultura woke, llama la atención sobre la vacuidad contemporánea que, desprovista de utopías, vacía la vida real para trasladarla al plano virtual, en donde tiene igual peso el que domina un libro de Dostoievsky y el que come 100 perros calientes en media hora. Señala que hay una confusión entre información y conocimiento y que en los tiempos actuales cotizan a la baja actividades como argumentar y pensar, lo cual se relaciona con una educación diseñada por competencias que buscan enseñar un oficio pero no enseñan a vivir/sentir ni a resolver situaciones complejas. En cambio, atiborran de actividades todos los espacios de la vida, para evitar el aburrimiento, con lo necesarios que son esos tiempos de ocio para poder pensar y crear.

Me hizo falta como lectora un capítulo de conclusiones o de cierre, una bibliografía unificada y quizás algún ensayo que abordara asuntos de filosofía política. La falta de debate de ideas políticas en el mundo contemporáneo se aborda en algunos capítulos y de hecho hay varias alusiones a Donald Trump, pero quizás faltó un ensayo dedicado de manera exclusiva a este tema. O quizás, como escribe el autor, esta carencia que encuentro revela un deseo personal: busco que el autor se interese en lo que me interesa a mí. 


Algunos subrayados

Dice el filósofo francés Michel Onfray que todos nacemos filósofos, pero solo unos tienen la suerte de seguirlo siendo cuando adultos (p. 14).

justamente esto es la ansiedad, el continuo palpitar del mundo dentro de nosotros cuando ya el vértigo y el peligro han cesado. Es la condición sin causa (p. 15).

la noción de “indignación” es central a la cultura contemporánea. (p. 18).

lo que más quisiéramos es ser alguien que no somos (p. 23).

detrás de los deseos de dejarse atrás por completo, se asomaba el odio difundido y masivo que está en todas partes: en las redes, en el trabajo, silencioso en las relaciones más cercanas. Odiamos lo que fuimos y no podemos modificar (p. 28)

Nuestra vida comienza a asemejarse a un programa de televisión que no tiene mucho sentido si no sale al aire (p. 30). 

No se trata ya de quién eres, sino de quién pareces ser. Ese eres realmente (p. 34).

¿Por qué nos parece prepotente la voz propia? El ejercicio de la voz, el ser deliberante, outspoken, se sienten como atrevimientos que pueden revelar nuestro secreto narcisismo y, en últimas, nuestras vulnerabilidades (p. 37).

Lo que más quiero del otro, entonces, es que me narre quién soy, cómo me ve; ¿cómo me veo en ti; cómo me ves?, ¿quién diablos soy yo para ti? La respuesta a esta pregunta es una que nunca me podrá dar el amante (p. 49).

Este es un conflicto característico del amor, volvámoslo a enunciar: quiero al otro capturado, al tiempo lo quiero libre. Lo que menos quiero es el compromiso jurado; nadie quiere oír decir al amante, recuerda Sartre, algo así como: ¡te amo porque me he comprometido a ello y no quiero desdecirme en mi palabra! (p. 52). 

El amor es tiempo: necesitamos tiempo para llegar a amar al otro, y, en otro sentido, si no se ama, no se dedica tiempo al otro (p. 55).

Hoy tenemos mascotas para vivir a través de ellas lo que quisiéramos ser pero no podemos: criaturas con tiempo infinito (p. 56)

No nos extrañará que muchas cosas en el mundo en el que vivimos no sean lo que parecen: la pornografía no es sexo, la política no es debate sobre las formas de gobierno. Ambas cosas, como diría Byung-Chul Han, son “representación”. Yo las llamo “coreografía”. La pornografía es coreografía, un cuidadoso y meticuloso estudio del ángulo que capta el acto sexual de una forma única; es interrupción constante y corrección exasperante, algo como la fotografía profesional de comida. La política también lo es. ¿No se pasa Kim Jong-un gran parte del día intentando pararse en el lugar preciso para que las ceremonias políticas se vean intachables? ¿No hay ejércitos de personas arreglando fotos para que no se vea en ellas nada inadecuado —tumultos pequeños, gente parada en lugares equivocados, los que no lloran en el funeral del líder? Es por ello que Slavoj Žižek dice que pornografía y política son dos caras de la misma moneda. Somos una realidad puesta en escena (p. 76).

Mientras el espacio público se vuelve íntimo, a quién ha de extrañar que el espacio institucional se vuelva uno de emociones. El periodista Niall Ferguson alguna vez afirmó que vivimos en una “emocracia”. Considérese el rol de las instituciones públicas; las sostiene en su lugar el deseo (P. 98).

El hablar de “narrativas” implica una independencia peligrosa de los hechos y de cualquier realidad objetiva (p. 104).

En el siglo xix teníamos la urbanidad de Carreño; hoy tenemos la corrección política (p. 107).

En mi país, la mermelada emocional se presenta como buenas maneras; no importa el abuso, si se despide a alguien o si se le insulta, siempre y cuando las palabras empleadas sean lo suficientemente floridas. Incluso, cuando se escuchan las grabaciones de los secuestradores que llaman a los familiares de los plagiados no es raro que el criminal, luego de la sarta de amenazas, termine diciendo algo como … y disculpe. Colombia es un país en el que puede ser más grave pasar sin saludar que disparar. Es común que cuando alguien es atracado, otros pregunten si el atracador fue amable. Es por ello que, al decir de Bertrand Russell, las buenas maneras son las formas de relación de los pueblos más barbáricos (p. 111).

La voz del que disiente se ha convertido en una especie de canto irresistible de las sirenas que toca silenciar, ¡porque es posible que cambie mi punto de vista! Se trata de un precepto personal (no concuerdo con una serie de ideas) convertido en obligación colectiva (nadie las debe escuchar) (p. 118).

El liberalismo contemporáneo es simplemente la libertad de poder ser más conservador que los conservadores, sin el estigma que ello implica (p. 121).

Argumentar no elimina la terquedad, no nos expone a ambientes más tolerantes. Tiene la capacidad contraria de sacar a relucir los dogmatismos. Pero mírese como se mire, en toda su imperfección, y hasta que una mejor estrategia sea inventada, la argumentación seguirá siendo una herramienta para evitar el dolor prevenible. ¿Por qué digo que la argumentación evita el dolor prevenible? De nuevo, fueron los antiguos griegos quienes dieron la clave acá: si no es por medio de argumentos, preguntaron, ¿cómo más persuadimos a otro a seguir un curso de acción? Con el cuchillo en el cuello, claro. Argumentar, por lo tanto, es una forma de evitar la violencia, la amenaza o al menos la furia enardecida de la indignación (p. 138).

Dos de los lenguajes principales del argumentar y del pensamiento crítico vienen contenidos en estas sencillas expresiones que usamos a diario: … supongamos que… … esto es como… Quien pueda incorporar una o las dos está en el camino de construir su propio pensar. De hecho, en mis seminarios sé que un estudiante ha aprendido a argumentar cuando usa en su lenguaje habitual con naturalidad estas expresiones (p. 146). 

un lugar común de nuestra forma de vida es que hemos externalizado casi todo… llevamos a cabo gran parte de nuestra vida fuera de nosotros: construimos la identidad en un espacio público aunque virtual de las redes sociales; hemos puesto en los escenarios públicos lo que amamos (p. 154).

mientras que en los mundos del conocimiento y la tecnología se intenta que las máquinas piensen como humanos, en los mundos “en desarrollo”, estamos en la tarea contraria de intentar que las personas piensen y actúen como máquinas a través de un algoritmo ciego (p. 158).

(Sobre la educación):  Mostramos nuestra admiración por otros o por lo que nos rodea, y a menudo los demás convierten esta mirada en propia, y la extienden como una parte de sus obsesiones e intereses (p. 175).

Educar tiene por objetivo convertirnos en seres abstractos, dice Rousseau, un ser que se puede exponer a cualquier accidente de la vida (p. 180)

Es muy común que los estudiantes, que bien pueden llevar diecinueve o veinte años sentados en un pupitre hacia el final de su proceso educativo, se hayan convertido en lo que llamo “estudiantes profesionales”. Son capaces de repetir una historia en una materia, la contraria en otra y ciertamente son expertos, como me consta, en generar el tipo de discurso que creen que su maestro quiere escuchar (p. 190).

Educar es mover a otro a ver sentido en donde no lo veía antes (p. 243).

 
La era de la ansiedad. Sobre el pensamiento y la emocionalidad en un mundo sin utopías
Roberto Palacio
Ariel, Editorial Planeta
Bogotá, 2023
264 páginas

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