Hay varias maneras de leer Cogito, ergo ¡Pum!, el homenaje con el que el periodista Fernando Alonso Ramírez honra la memoria de quien fuera su mentor en el diario La Patria, el subdirector Orlando Sierra Hernández, asesinado en 2002 por orden del político liberal Ferney Tapasco González.
En primer lugar este libro puede entenderse como un gran reportaje que busca abordar la historia del crimen de Orlando Sierra desde distintas aristas: quién fue Orlando, quién fue su asesino, cómo se vivió su muerte en La Patria, cuál fue el camino para evitar que el crimen quedara en la impunidad y cómo hoy, 20 años después, se mantiene viva la memoria del columnista más importante que ha tenido La Patria en sus 100 años de historia. Desde este enfoque resulta muy valioso el prólogo escrito por Pedro Vaca Villarreal, relator especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), quien explica la importancia de este caso emblemático dentro de la acostumbrada impunidad de crímenes contra periodistas, y agrega que "el mejor periodismo en Colombia está pasando ahóra, y una parte considerable de quienes lo hacen son de Manizales" y esa es una de las derrotas a los victimarios de Orlando.
Es también un libro de memoria testimonial: una obra que recoge voces de quienes recuerdan a Orlando, de lo que él escribió en La Patria, de lo que otros escribieron sobre él, y así la escritura se vuelve polifónica aunque el autor sea uno solo.
Por momentos, cuando se ocupa del crimen, el expediente y los sicarios, el libro toma un caracter policial, en el que el conocimiento jurídico del autor resulta útil para desenmarañar la cantidad de crímenes alrededor de la muerte del periodista asesinado.
Sin embargo la lectura que más me conmueve es la de abordar este libro como un ejercicio de duelo: como la tarea que emprende un pupilo tras el asesinato de su jefe y mentor. No existe palabra para denominar la orfandad en la que queda alguien que pierde la protección tutelar de su padrino, y al parecer tampoco hay palabras que le hagan justicia a ese dolor y ese duelo posterior. Quizás por eso el narrador de la historia es un periodista que se parapeta en los datos y en describir el sentimiento de los otros, ante la dificultad de nombrar aquello que resulta inaprensible y que le atraviesa el alma. Así, su forma de narrar este crimen tan cercano es tomando distancia: nos cuenta lo que él ve en los demás (en sus compañeros de redacción, en los expedientes, en las declaraciones de los otros periodistas) y es a partir de esas múltiples descripciones y voces que el lector intuye la dificulad que implica, tantos años después, desnudar el sentimiento personal.
Así describe Fernando Alonso Ramírez cómo se vivió el crimen en la redacción: "Tardé unos segundos en caer en la cuenta de lo
que sucedía. No era un atentado más en el centro de la ciudad, acababan de
dispararle a Orlando Sierra Hernández, el hombre que todos los días dirigía
nuestros consejos de Redacción, el poeta que me animaba a leer nuevos autores,
el titulador creativo y el más importante columnista de la región (...) mientras las emociones nos agolpaban, lágrimas,
madrazos, golpes sobre mesas y gritos mostraban nuestra impotencia y nuestra
rabia. Era el momento de sacar adelante un periódico por Orlando y en honor a
él".
Y así, en el vértigo de tener que sacar adelante un periódico todos los días, todos los meses, todos los años, el tiempo para el duelo se evapora entre los consejos de redacción, las entrevistas, las noticias de última hora y la consulta de fuentes. 20 años más tarde este libro es ese duelo decantado en memoria para las nuevas generaciones de periodistas, que se perdieron la oportunidad de conocer a un hombre agudo y valiente, de carcajadas sonoras, pero que aún tienen la posibilidad de leerlo en los textos que se conservan en el archivo del periódico desde el que enfrentó al poder político-sicarial de Caldas.
Algunas frases
con el tiempo se supo que Partido Liberal y el paramilitarismo en Caldas llegaron a ser harina del mismo costal (p. 19).
con el tiempo se supo que Partido Liberal y el paramilitarismo en Caldas llegaron a ser harina del mismo costal (p. 19).
Las lágrimas de los periodistas mientras seguían haciendo su trabajo permanecen como una imagen imborrable en mi cabeza. (p. 19).
El Consejo de Redacción de La Patria es algo especial. Es un lugar sagrado en el que participan todos los integrantes de la Redacción en igualdad de condiciones. El Consejo era -es- una tertulia de aprendizaje, pues además del periódico se hablaba de otros temas (p. 27).
Sus lecciones se repiten cada día en el Consejo de Redacción por quienes alcanzamos a aprender de él y por quienes han escuchado sus relatos de boca de quienes lo vivimos, algunos de ellos tomados de grandes maestros: "Donde hay un adjetivo falta un dato", "un lid no puede arrancar con una negación", "si fueron hasta el lugar no pueden contar la noticia como si la hubieran reporteado por teléfono", "son mejores las fotografías que cuentan con elemento humano", "prefieran los primeros planos que los planos generales", "los datos son fríos, los nombres son cálidos", "vayan hasta el lugar de los hechos" y muchas más. (p. 28).
Así surgió Punto de Encuentro, la tribuna desde donde Orlando, con un sentido del humor implacable, siempre fustigó a la clase dirigente. Esta columna se convirtió en la más influyente de la región. Sigue siendo para muchos el más importante columnista que ha tenido La Patria en toda su historia (p. 45).
La decisión fue unánime y desde ahí lo que fue un secreto a voces, quién había dado la orden de matar a Orlando, dejó de ser una presunción para convertirse en una certeza: al subdirector de La Patria José Orlando Sierra Hernández lo mandó matar el expresidente del Partido Liberal de Caldas, Ferney Tapasco González (p. 89).
Cogito, ergo ¡Pum! Pienso, luego ¡Pum! Un homenaje a Orlando Sierra Hernández
Fernando Alonso Ramírez Ramírez
Editorial La Patria
Manizales
Agosto de 2022
112 páginas
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