miércoles, 17 de julio de 2024

Librovejero, de Álvaro Castillo Granada

Hay algo entrañable, amoroso y cómplice en los libros sobre libreros y librerías. A quienes nos gusta leer y amamos pasar tiempo en librerías, leer sobre estos espacios produce un doble placer que hace que las páginas se recorran con la misma sensación cálida de estar bajo una cobija suave que invita a permanecer ahí por largas horas.

Pienso por ejemplo en 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff, o en La librería en la colina, de Alba Donati, y sumo ahora a este listado a Librovejero, de Álvaro Castillo Granada, un libro tan amable y afable como su autor. 

En el caso de este volumen no es posible separar la obra del artista, como se pregona ahora. Este libro es el artista. Se trata de 30 textos cortos, cada uno con título, a manera de crónica, en donde el escritor-lector-librero escribe sobre sus librerías y libreros amados, sobre sus lecturas y autores, su afición por los libros autografiados, su interpretación sobre los subrayados de los libros (con la que me identifico, porque yo también subrayo), y sobre toda esa vida que orbita alrededor del mundo de los libros: los clientes que le compran libros usados en San Librario, su librería en Bogotá; la gente a la que él se los compra en distintas partes del mundo; los autores que le gustan, los que conoce y los que quiso conocer. Una constelación de afectos que va desde el Centro Comercial Granahorrar en Bogotá, en donde tuvo su primer trabajo como librero, hasta calles y casas de Cuba, un país en el que pasa largas temporadas cada año y que es como su segundo hogar.

Álvaro Castillo podría presentarse como el librero de Gabriel García Márquez, el autor que lo bautizó como "Librovejero" (lo cual no es menor, teniendo en cuenta el cuidado con el que el Nobel asignaba los nombres de sus personajes, desde Pilar Ternera hasta Remedios La Bella), pero Castillo rebosa sencillez. Tiene amigos escritores, pero los menciona por su amistad y no por sus premios, y se refiere a escritores como Benedetti o Fina García desde el fervor que le producen sus textos. 

Librovejero reúne piezas de distinta intención narrativa y longitud. Algunas son perfiles, otras parecen crónicas, hay una preciosa nostalgia sobre el amor ido (Cinema Paradiso) y una del final se parece más a una conferencia. Unas cuantas anécdotas se repiten, aunque como cuando uno cuenta un cuento, siempre narra con detalles distintos o desde otra perspectiva. Librovejero se parece a las librerías de usados: esconde en su interior joyas insospechadas. Se trata de dejarse tentar. 


Algunos subrayados

Siempre me ha gustado mirar revistas, es más, me fascina (uno de los mejores regalos que me pueden hacer es revistas viejas). Nunca se sabe lo que se va a encontrar. Son como una caja de maravillas: puede aparecer desde la foto extraordinaria de una mujer que recortaré y pegaré en mi ejemplar de Rayuela (de la que después sabré su nombre y me enamoraré perdidamente) o un artículo sobre un escritor que hará parte del "archivo" que voy construyendo (p. 19).

Cada librería era un mundo en el caul se podían identificar no sólo los gustos literarios de sus propietarios sino, también, la ideología política a la que pertenecían. Y los libreros estaban en consonancia con ella. Hacían parte de esa posición (p. 25). 

A los libros les debo todo en mi vida. Soy un librero. Esta frase, que puede sonar extraña o exagerada, en mi caso es cierta. Totalmente. Sin el menor resquicio. En algún momento dejaron de ser los objetos detrás de los que escondía mi timidez (también para eso sirvieron, cómo no) para ser las rocas, los ladrillos, las cabillas, las tablas, las puntillas, las ventanas con las que fui construyendo (y lo sigo haciendo) al que soy. Al que está y habita en este mundo (p. 29). 

Cualquier colección es imposible de hacer en solitario, sin la complicidad y solidaridad de los demás (p. 37).

Cuando era niño hacía listas inmensas de libros que quería leer y tener. Estos dos verbos siempre han estado asociados en mí: solo me siento bien leyendo mis libros. Saber que puedo manosearlos y subrayarlos, dejar mi huella en ellos como un testimonio: un lector estuvo aquí (p. 43). 

Creo que cuando un librero se va, se transforma en una memoriaque habita los libros. Se hace un recuerdo, una historia, una leyenda, que va a sumarse al libro que se desprende y emprende su camino (p. 46). 

Para ese entonces ya tenía mi circuito de librerías en Buenos Aires. Es lo primero que hago cuando llego a una ciudad. Voy haciéndola a partir de las librerías que descubro en mi andar, las que se cruzan conmigo y las que otros como yo me recomiendan. Así también se comparte una ciudad (p. 54). 

Así es como escribo: me cuento una historia para que otros la vean (p. 61).

Ese es uno de los milagros de la poesía que no ocurre con frecuencia: encontrar una mirada que nos ilumina y unos hace mirar el mundo de otra manera, distinta pero familiar (p. 63).

En ese lugar, que era muchos y uno, empezaron a fiarme. A confiar en que "el niño aquel" que yo era iba a volver a los ocho días a pagar lo que había quedado pendiente (p. 110).

Eso es lo que es un librero: un hombre de palabra (p. 111).

Los subrayados también corresponden al que fui en ese momento. Los recorro de cuando en cuando. En algunos me reconozco. Otros no los entiendo. Sus libros hacen parte del rompecabezas de mi biblioteca que llevo en la mente: uno a uno van llegando, armando su rostro bonachón y valeroso (p. 122).

Benedetti es, caballero, el poeta de todos. Siempre he creído que esta antipatía por él y su obra se resume en una sola palabra: envidia (p. 123).

Entiendo por librero a aquella persona (hombre o mujer) que hace del vender y comprar libros una vocación y un destino (p. 128).

La lectura puede ser una opción de conocimiento y cambio no limitada por los caprichos del mercado. El librero se transforma así en un partícipe de la metamorfósis. Los ojos se abren, la mente se expande, el mundo es ancho mas no ajeno (p. 131).

La lectura, a pesar de ser un acto solitario, es un espacio de encuentro. De unión. (p. 133).

(citando a Cortázar) En realidad alguien dijo, no sé quién, que cuando uno subraya un libro se subraya a sí mismo, y es cierto. Yo subrayo con frecuencia frases que me interesan en un plano personal, pero creo también que subrayo aquellas que significan para mí un descubrimiento, una sorpresa, o a veces incluso una revelación y a veces también una discordancia (p. 143). 

Librovejero
Álvaro Castillo Granada
Fondo de Cultura Económica
Bogotá
2021
158 páginas

domingo, 7 de julio de 2024

El velo que cubre la piedra, de Ignacio Piedrahíta Arroyave

"Las narrativas contemplativas de Piedrahíta" es como denomina Daniel Jiménez Quiroz a ese estilo del geólogo-escritor Ignacio Piedrahíta Arroyave en la segunda edición de El velo que cubre la piedra, un libro que reune 28 textos cortos a medio camino entre el relato, la crónica y la columna, en los que el autor camina, observa y reflexiona sobre lo que ve.

Este volumen recoge textos escritos en distintas épocas y de extensión variable: hay una caminata a un cerro de Medellín, una toma de Yagé, un viaje de cinco días en un barco de la Armada colombiana, una historia sobre la Patagonia argentina, otra sobre la conquista del Polo Sur, varias sobre Nueva York, una de un documental sobre un esquimal del Polo Norte... Todos los temas pueden caber en la curiosidad del autor. Todos los sitios pueden convertirse en motivo de escritura. Es su mirada, aguda y reposada, lejana a la coyuntura, lo que le da a estos textos una especie de solidéz geológica, de imperturbable vigencia, lejana a la actualidad.

El libro viene acompañado de un conjunto de ilustraciones, a manera de cómic sin texto, que acompañan y complementan algunas de las historias del libro. La autora de las imágenes a color es Yapi, nacida en Itaguí.

Algunos subrayados
es una de esas personas que aprendió a hacer de la humildad la mejor de las armas para sobrevivir (p. 27).

En la vida todo es mezcla y combinación, quen busca la pureza se decepciona (p. 27).

Antes de que las culturas pudieran ponerse de acuerdo a través del teléfono roto de la globalización, todas consideraban al oro como una de sus posesiones más valiosas (p. 50).

El oro, como muchas cosas bellas, se obtiene a través de un proceso sucio (p. 51).

Pero hay uno en especial que hace cambiar la manera cómo percibimos el cielo, el SO2, dióxido de azufre, que al mezclarse con vapor de agua va a formar diminutas gotas de ácido sulfúrico. De ahí que los amaneceres y los atardeceres se vean empañados y amarillos (p. 58). 

Lo mejor de navegar es que, una vez se zarpa, los problemas de la vida corriente quedan en tierra firme (p. 72). 

En un bargo, hasta el capitán se puede marear, pero nunca el cocinero (p. 77). 

(Pitágoras citado por Ovidio:) La tierra es un ser vivo y tiene pulmones que por mil respiraderos exhalan fuego (p. 80).

La mayoría de los que se dedican a la pluma se desahogan escribiendo en las redes sociales y columnas de opinión, desde donde se atrincheran y disparan con incuria (p. 125).

Nombrar el paisaje es uno de los mayores placeres de un paseo por el campo. Decir ahí va un azulejo o, están florecidos los samanes, o, ya más selvático que campestre, se escucha a lo lejos el cascabel de la serpiente; qué bello y qué agradable y, a medida que pasa el tiempo, qué nostálgico (p. 145). 

La roca es afuera y adentro y en todas direcciones, en cualquiera de sus infinitas caras se halla uno un ambiente, una atmósfera del pasado remoto (p. 147). 

Resnick era un escéptico del éxito del artista. Concebía el proceso creativo como un movimiento oscilatorio de altos y bajos. Cuando el artista estaba en su mejor momento, era dado a pensar que cualquier cosa que hiciera estaba bien. Entonces empezaría a caer, y solo si era honesto se daría cuenta de ello y reuniría fuerzas para escalar de nuevo. Ese, según él, era el momento de verdadero crecimiento. Para seguir creciendo a lo largo de toda una carrera había que estar dispuesto a volver a hundirse. En el momento en el que un artista aprendía alguna técnica personal para evitar esa caída, habría cesado su progreso, se habría estancado (p. 188).

Girando vanidosamente sobre sí misma, la Tierra se va bronceando por partes a lo largo del año (p. 205). 

el arte de escribir está plagado de espíritus vagabundos, de mentes erráticas incapaces de efectuar la más mínima tarea ajena a la confección de su obra (p. 215).

El empleo, para quien es obsesivo por su obra, no es más que una circunstancia cruel. No solo le quita sus horas más fructuosas sino que le priva de fisgonear la vida a la hora que le venga en gana. Y, lo peor, le autoriza falsas expectativas sobre la vida, diciéndole, con su cheque mensual, que es alguien en el mundo (p. 217).

Maestro en el arte de pedir dinero fue Miller, quien aconsejaba el matrimonio a quien deseara tener con qué respaldar la solicitud de un crédito (p. 217). 

El artista es el único empleado que gana más viendo trabajar que trabajando (p. 218). 

 
El velo que cubre la piedra
Ignacio Piedrahíta Arroyave
Yaneth Pineda (Yapi): ilustraciones
Comfama y Metro de Medellín, colección Palabras Rodantes
Medellín
Octubre de 2023
230 páginas