Mi vida en estaciones es un libro que recoge las memorias de Helena Benítez de Zapata, una mujer que nació en Riosucio el 26 de junio de 1915 y murió en Cali el 5 de junio de 2009, después de haber dedicado su vida a la docencia y el periodismo, aunque también se reconoce como la primera mujer colombiana en haber ocupado la alcaldía de un municipio: fue alcaldesa de Riosucio entre 1955 y 1957, durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla.
Helena, de filiación conservadora, escribió este libro en 1987, en Cali, cuando tenía 72 años. "Mi vida en estaciones" es una canción que compuso cuando murió su madre y es también el título de este volumen, en el que estructura el relato de su propia vida en cuatro partes, una para cada estación: en la primavera rememora la niñez, en el verano la juventud, en el otoño los años más fructíferos de su vida laboral y el invierno corresponde a su vida en Cali y sus trabajos en periodismo y relaciones públicas en esa ciudad, aunque su actividad periodística comenzó en Manizales, tanto en La Patria como en Radio Manizales. El periodismo le venía de herencia porque su padre, Manuel Benítez, fue fundador y director del semanario "El Deber", en Riosucio.
El libro no tiene mayores pretensiones literarias y sin embargo está lleno de datos y frases valiosas. Por un lado, es útil para entender el contexto de la mujer escritora, periodista, docente, música y política entre los años 40 y 70 en Colombia. Helena Benítez escribe para sus allegados, en un tono casi confidencial, y eso la lleva a contar anécdotas personales y familiares que permiten adentrarse en la cotidianidad de las mujeres de su tiempo. Pero, de otro lado, se trata de una escritora hábil con el lenguaje, a quien se le notan los muchos años que ejerció el periodismo, y por eso su texto está lleno de frases conmovedoras y de descripciones vívidas.
El prólogo, escrito por su primo Otto Morales Benítez, ayuda a ubicar la época y el contexto del legado de Helena Benítez de Zapata.
Algunos subrayados
era la calle del Mochilón, para mí el centro de donde partían todos los caminos del mundo (p. 28).
se vivía sin miedo. Ese miedo que acecha, desde hace tiempos, por los caminos detrás de los matorrales y hasta en la propia casa (p. 34).
(sobre viajar en carro) si alguien se mareaba, lo atribuían a una especie de alergia a la gasolina u otra enfermedad cualquiera. No se conocía el mareo (p. 57).
esos pueblos nada ofrecían fuera de su aburridora monotonía. Todo permanecía en ellos igual y la vida era igual que las calles y las casas quietas sin el menor cambio. Uno se levantaba sabiendo a cuáles personas encontraría en cada sitio, en cada puerta, en cada esquina (p. 71).
Cuando concebí a mi primer hijo, me parecía pequeño el mundo para que pudiera caber allí tanta dicha (p. 72).
Mi esposo era liberal y en aquellos pueblos lo sabían, jamás fue activista, ni desempeñó cargo alguno en el gobierno, ni hizo parte de directorios o comités políticos. Pero en los pueblos se conoce de cualquier manera la identidad de todos. A Belén no pudo volver, y yo misma le pedí que se abstuviera de hacerlo (p. 79)
El boleteo y el secuestro son modalidades que vienen desde aquella infortunada época, porque en ellas encontró la guerrilla su mejor manera de financiarse, y de vivir en forma espléndida sin trabajar. Cualquier sitio que se toman queda devastado, pero no siembran un grano de maiz (p. 87).
ese estado de viudez para una mujer joven, que en razón de sus circunstancias económicas tiene que trabajar, la hacen a veces objetivo para rodearse de amigos espontáneos que con falsas intenciones buscan de manera especial una forma de acercarse a ella, declararle su admiración y hasta sus deseos de ayudarle, cuando en el fondo sus sentimientos son otros (p. 92).
Mi vida en estaciones
Helena Benítez de Zapata
Editorial Lealón
Medellín
Noviembre de 1990
178 páginas
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