La portada de la edición de "Aún llueve en Torcoroma", impresa por Editorial Nomos, muestra la foto borrosa de una mujer, tras un cristal al que le caen gotas de agua. Así como esa imagen, brumosa, difusa, es la figura que Olga Echavarría construye en esta novela biográfica sobre la poeta Dolly Mejía, quien nació en Jericó en 1920 y murió en Bogotá en 1975.
La novela está construida a partir de capítulos cortos e intercalados en los que aparecen tres narradores que construyen el rompecabezas de la vida de Dolly Mejía desde tres puntos de vista: el de Ingacio, un hombre joven enamorado de ella, el de Malena, una investigadora (alter ego de la autora) que compila información sobre la poeta. y el de la propia Dolly, que no aparece hablando en primera persona, sino desde la distancia de un narrador omnisciente que describe sus acciones. La voz de Dolly aparece solo en algunos de los poemas que se incluyen en el libro.
Dolly Mejía fue poeta y periodista en un tiempo en el que a las mujeres escritoras en Colombia se las trataba de manera despectiva como "bachilleras". Estudió en Jericó, luego fue novicia en el convento de las Salesianas, en Quito, se casó muy joven, empezó a escribir poemas, a leer, y se radicó en Bogotá en donde fue redactora de planta en El Tiempo, dirigió el suplemento literario de La República, y además publicó colaboraciones en El Colombiano y Cromos. Se casó tres veces, vivió en España, soñó con tener hijos, pero era estéril como Yerma; fue amiga de los piedracielistas, de Eduardo Carranza, de León de Greiff, del fotógrafo Sady González, del escritor antioqueño José Restrepo Jaramillo, y pasó varias temporadas en Torcoroma, la finca de unos primos de la poeta, que le da título al libro.
Una biografía novelada mezcla muchos datos ciertos con elementos de ficción. En esta obra la autora Olga Echavarría aclara qué personajes o datos son ficticios y cuáles son fruto de una profunda investigación alrededor de una autora que, como le pasó a tantas de su generación, fue ignorada por el canon literario. El valor del libro es entonces doble: por un lado rescata la memoria de una escritora valiosa y digna, pero adicionalmente ofrece un relato con frases cuidadas, con escenas bien construidas y con una atmósfera de bruma, que encaja bien con la neblina que suele posarse sobre Jericó, y también con la difusa imagen que tantos años después ha quedado de esta escritora que merecemos leer.
Algunos subrayados
La poeta había sido barrida bajo el tapete, como decimos en Colombia. Era ignorada (p. 6).
La poeta había sido barrida bajo el tapete, como decimos en Colombia. Era ignorada (p. 6).
Era un hombre joven, seguro de sí mismo, confiado en su belleza y juventud, sabedor de que ninguna mujer puede resistir el deseo de un hombre que está dispuesto a conseguir aquello que lo obsesiona (p. 20).
es patético el rito del matrimonio visto desde la distancia de la separación (p. 48).
le habían descubierto una afición que, en aquella época, se consideraba inapropiada en una mujer: la de viajar (p. 66).
¿Cómo habrían sido sus hijos si hubiera logrado ser madre? ¿Lo lograría ella misma? ¿O tal vez alcanzaría a parir solo unos cuantos libros mediocres? ¿Tendría que contentarse con llamar hijos a esos arrumes inútiles de papel? ¿a esos pedazos de nada que no besan ni abrazan, que no aman, sino que permanecen, llenos de polvo, en una estantería? (p. 72).
Todos parecían celebrar sus escritos como se celebran los trazos torpes de un niño sobre una hoja de papel. Entonces pensaba que al hacerse mayor esta situación mejoraría, pero no fue así, todos pasaron de celebrar sus gracias infantiles a alabar que una muchacha cultivara un pasatiempo, aunque fuera uno mucho menos trascendente que el bordado o la preparación de postres (p. 79).
Solo frecuentan antros, pues alegan que son lugares lo suficientemente bajos como para alcanzar la altura de sus aspiraciones mundanas (p. 102).
Que una mujer de cierta edad y extracción social trabajara era visto como una excentricidad o un libertinaje inaudito. Solo acudían al trabajo las mujeres de clases bajas, aventadas a las cocinas y pisos ajenos por la necesidad y el hambre de sus hijos (p. 105).
Es curioso cómo en mi mente algunos recuerdos aparecen brillantes, nítidos, intactos, mientras que otros van como neblinas, dejando ver solo sombras que toca adivinar a tientas entre la bruma de las horas, las muchas horas que se nos han acumulado (p. 109).
Por alguna razón, una mujer que trabajaba era, para los galanes del medio periodístico, una mujer fácil (p. 112).
"No hay que ser nunca una niña empachada de libros, que no sabe hablar de otra cosa, no hay que ser intelectual" (p. 124).
Aún llueve en Torcoroma. Biografía novelada de la poeta Dolly Mejía
Olga Echavarría
Editorial Nomos
2022
160 páginas.
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