jueves, 16 de diciembre de 2021

Camposanto, de Marcela Villegas Gómez

Amalia es la hija de Ignacio y Elena, una pareja profesional que se separó hace años y rehizo su vida cada cual por su lado. Elena no tiene aún 60 años, es independiente y autónoma pero de un tiempo para acá tiene comportamientos extraños. Se olvida de cosas, su aspecto está descuidado... nada que parezca grave aunque en realidad lo es: está desarrollando Alzheimer y Amalia tendrá que hacerse cargo de ella.

Ese es en síntesis el comienzo de esta novela corta en la que la relación madre-hija es protagonista. La hija es antropóloga forense y se dedica a rastrear fosas comunes para identificar desaparecidos. ¿qué tan desaparecida está su mamá en su mente? ¿es posible identificarla? las huellas de la violencia política aparecen como ecos lejanos en esta obra en la que los dramas íntimos ocupan el primer plano. 

Con capítulos cortos y humor Marcela Villegas se acerca a una realidad cruda. Así como Amalia, la protagonista, toma uno por uno los huesos que encuentra y los limpia con espátulas y pinceles hasta lograr dejarlos como quiere, así mismo se percibe el trabajo minuicioso de la autora con cada frase y cada párrafo. Las palabras de Camposanto están cuidadas de manera que permiten condensar en pocas páginas una atmósfera familiar y amorosa, en la que también la impotencia y cansancio a veces nublan la esperanza. 

Algunas frases
La compasión más auténtica es la de los desconocidos (p. 12). 

Después de tanto tiempo aún me asombra encontrarme con el horror entre la belleza del paisaje (p. 16).

Uno pensaría que los asesinos recuerdan dónde enterraron a sus víctimas, pero el olvido no siempre distingue lo nimio de lo importante (p. 16).

Un día despedí el sentido del humor de mi mamá, otro, su buena memoria, otro más, su control sobre lo cotidiano. Hoy, que estoy enterrando su independencia, siento que he parido una hija vieja que me entrega no una enfermera sino un neurólogo. Y he de cuidarla y no verla crecer, sino encogerse o diluirse (p. 16). 

Siempre hemos detestado participar de esa peregrinación semanal de los bogotanos acomodados que regresa al final de la tarde indigesta y melancólica en un atasco de tráfico aun peor que el viaje de ida (p. 25). 

Ellos ven el tiempo del paciente como una sucesión ordenada de procedimientos que ocurre en un universo paralelo. Uno, en cambio, sabe que está en una carrera contra el deterioro y que la enfermedad avanza cada minuto que pasa. 

¿Cómo voy a despedir a Elena? ¿Cómo se celebra el velorio de un vivo que se muere a pedazos? (p 33).

Se queja de que la enfermera la trata como a una niña. "No aguanto un diminutivo más: "la pastillita", "el vasito de agua","la comidita"... Quiero que se vaya a la mierdita". (p. 34). 

Tal vez todo es más grande en la memoria (p. 37). 

Casi siempre lo más importante de un cuadro es lo que no se ve (p. 44)

A lo largo de la historia casi siempre han sido las mujeres las encargadas de lavar y amortajar a los muertos. "Nos traen al mundo y nos despiden". (p. 55). 

Estoy perdiendo la capacidad de recordar, pero los recuerdos me visitan vivos y vuelvo a sentirlos como si los sucesos ocurrieran ahora. (p. 59). 

Ella siempre detestó a los puritanos y su temor a la felicidad ajena (p. 63). 

Ahora sé que los padres amorosos también pueden ser asesinos despiadados (p. 73).

El aprendizaje más difícil en esta profesión no es entrenarse para convivir con la muerte y la descomposición del cuerpo. Es aprender a conservar el temple ante las revelaciones que hacen los muertos sobre los vivos (p. 73). 

Para el neurólogo existo como una colección de síntomas que corroboran sus conocimientos y confirman su posición de privilegio (p. 76)

Oigo la risa de bebé de Amalia y daría todos los sonidos del mundo a cambio de ese (p. 86). 

Uno no educa a los hijos como debe sino como puede (p. 96). 

Nunca nos escribimos porque nos avergonzábamos demasiado de nuestras emociones como para dejarlas por escrito (p. 102) 

Siempre me he preguntado cómo aprendemos a vivir entre las ruinas, a volverlas habitables (p. 117). 

Me da rabia este cuerpo que no se resigna a vivir sin que lo toquen (p. 118). 

Camposanto
Marcela Villegas Gómez
Sílaba Editores
Medellín
Enero de 2018
134 páginas

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