lunes, 2 de noviembre de 2020

Cartas a Antonia, de Alfredo Molano Bravo


Alfredo Molano Bravo murió el 31 de octubre de 2019 y dejó huérfanos no sólo a sus cuatro hijos sino también a sus seis nietos. No existe una palabra precisa para describir la orfandad que dejan los abuelos. Técnicamente huérfano es solo el hijo que pierde al padre o a la madre pero para el nieto sin abuelo no hay vocablo. Lo normal (e incluso lo deseable) es que la muerte llegue primero a los abuelos que a los nietos, y por lo tanto ser un nieto desabuelado es una condición natural y frecuente, aunque no por ello menos triste.

El sociólogo, investigador y columnista Alfredo Molano Bravo fue consciente del dolor que su muerte le causaría a su nieta Antonia. Tuvo una conexión especial con ella, desde que nació en 2005, y desde esa época empezó a escribirle cartas en la que con palabras de abuelo, y con voz de las que se usan para contar cuentos antes de dormir, este sabio explica cosas sencillas y útiles: por qué la belleza puede conducir a la vanidad; por qué importan los ríos; por qué la minería a gran escala contamina; por qué nacieron las Farc. En cierta edad los niños preguntan con frecuencia "¿por qué?" para cada cosa que descubren. Estas cartas son respuestas a algunos de esos ¿por qué? Respuestas construidas desde su singular visión del mundo, una visión que como él mismo lo cuenta, le costó caro: "he pagado un alto precio por apartarme de la mirada oficial, la que llaman "políticamente correcta": falsamente objetiva, parcial, aséptica".

Las cartas no tienen fecha (y es una lástima) pero están organizadas por temas: el lector conoce la infancia de Molano, su vida en el colegio, su rebeldía infantil, su conexión con el campo y sus rutinas familiares; luego salta a unas cartas-crónicas en las que títulos como "Simití", "Buenaventura" o "La Guajira" sirven para explicar la historia y la geografía del conflicto en Colombia; y también hay otras desde "Cuba", "Barcelona" o "Ecuador", que ofrecen una perspectiva cosmopolita; después aparecen algunas cartas dedicadas al mundo de los toros y, en el último tercio del libro, cuando la narración viajaba entre ríos, ciénagas y Llanos, súbitamente aparece una tos que se complica, que se convierte en un ahogo y un dolor. Irrumpe el cáncer, que es como decir que irrumpen la vejez o la muerte de manera intempestiva, y entonces ya no es posible soñar el futuro. Como lo describe hermosamente Molano: "los sueños eran proyectos; ahora los proyectos están cortados por una cortina negra". 

Buena parte de los libros de Antonio Molano son la compilación de voces de campesinos, indígenas, negros, deportados, migrantes, víctimas: su técnica, como lo dice en el libro, consistía en escuchar: "Escuchar —perdónenme el tono— es ante todo una actitud humilde que permite poner al otro por delante de mí, o mejor, reconocer que estoy frente al otro. Escuchar es limpiar lo que me distancia del vecino o del afuerano, que es lo mismo que me distancia de mí. El camino, pues, da la vuelta. Escuchar es casi escribir". La novedad que ofrecen las Cartas a Antonia consiste en que en este libro Molano no transcribe las voces de otros: es su propia voz la que hilvana los relatos y por lo tanto es su pensamiento desnudo y humano el que aparece en cada página. 

Molano fue ante todo un cronista y esa condición está presente en buena parte de las cartas-crónicas que aparecen en este volumen. Pero fue también un historiador del conflicto y, en ese sentido, éste es también un libro sobre historia de Colombia. Por sus páginas desfilan Bolívar, Olaya Herrera, Laureano Gómez, Rojas Pinilla y Uribe, entre otros. Se trata entonces de un libro de historia y de crónicas escritas desde el amor y con el talento de un muy buen narrador. El último tercio del libro es el testimonio en primera persona de un hombre lúcido que asiste al derrumbe de su propio cuerpo. En la última entrada, escrita cinco días antes de morir, Molano confía en que se va a recuperar: en que está sometido a un tratamiento curativo y no paliativo. Esa confianza, y a la vez esa impotencia, son una hermosa metáfora de lo que fue su vida: un humanista que soñó siempre con un país más equitativo, a pesar de las evidencias. 

Algunas frases
"Un cuento es un cuento, tiene valor, pero no vida. Una historia es más real" (p. 23).

"Yo soñaba, botaba mis sueños a volar: No me los fabricaban como los fabrica ahora la televisión o la internet, las aplicaciones y los juegos de maquinitas" (p. 33).

"Las frutas maduran poco a poco hasta que cuando el sol las ha hecho dulces, caen al suelo. Si las coges antes y las maduras biches, pierden sus sabores. No vivas más allá de lo que eres" (p. 65).
"La felicidad es un engaño para dominarnos. Pero existen momentos cortos en los que podemos saborear la alegría, la serenidad, la esperanza" (p. 67). 
"Debes saber que eres bella, pero tienes que emprender una lucha tenaz contra la vanidad porque ella te esclaviza, sería tu maldición" (p. 68).

"muchos cubanos se fueron a buscarlos prendidos de un neumático o montados en un par de troncos, y encontraron la libertad de trabajar lavando platos" (p. 70).

"¿reguetón será? y que más que música es un ruido desacompasado, hecho para no sentir" (p. 75).

"(Estados Unidos) es rico también porque han hecho y ganado muchas guerras, que son también buenos negocios, como el que hacen con la guerra en Colombia: nos venden las armas con que nos matamos" (p. 82).

"Hemos sido un país muy rico en oro. ¿Sabes de dónde viene el oro? Según dicen algunos científicos, viene del espacio. Hace millones de millones de años, muy lejos, muy lejos, estalló una estrella en pedazos. Se hizo añicos y esos pedacitos se fueron volviendo polvo y flotando en el espacio como un cardumen de sardinas en el mar. Hasta que nuestro sistema solar atrajo esa nube viajera y la estrelló contra la tierra donde se estaban formando las cordilleras y los mares. Ahí quedó escondido ese polvo vagabundo que tanto codiciamos los seres humanos" (p. 83). 

"Sin tierra un campesino es un desempleado, un vago o un jornalero" (p. 99).

"embrujándolos con la marihuana, que es como fumarse un sueño con pesadilla" (p. 106).

"Muertes de compañeros de cafetería, conocidos que murieron para que nosotros no muriéramos. Pero muchos lo hicieron con el morral al hombro y el fusil en las manos. Muchachos tan generosos como los que después me encontré en las costas del Guayabero, que no les temían ni a la noche oscura ni a los ríos crecidos. Fue cuando comencé a escribir sobre ellos y sobre su gente. Escribí deslumbrado, alucinado. No paraba de escribir sobre un país que no se conocía, y de conocerlo, por supuesto". (p. 115).

"el "checkin", un término en inglés al que debes acostumbrarte porque las invasiones siempre comienzan por los idiomas, y el castellano, el más rico del mundo, está siendo avasallado —como tantas otras cosas— por los "ingleses" de Norteamérica". (p. 118).

"A veces desde el avión, y si hay luna, las noches son bellas. Se siente el silencio del universo" (p. 118).

"Las guerras, lo sabrás algún día, se pierden por el honor de los militares" (p. 119).

"Una de las cosas más bellas del Páramo es el silencio" (p. 125).

"La tierra, mi adorada Antonia, siempre es la causa de las guerras, inclusive —es triste— entre hermanos y entre padres e hijos" (p. 156).

"Manizales es así, Antonia. Hace frío porque queda cerca de un nevado, pero hay niebla porque hay café; las lomas están sembradas de café, hay guadua en las cañadas, y en algunos cerros, todavía manchas de lo que fue selva" (p. 158). 

"El café les deja platica para gastar, pero —lo que es mucho más importante— los hace ser iguales y por eso todos participan en la fiesta" (p. 159).

"El viaje que habíamos fijado para el 13 de febrero comenzó mucho antes, con los sueños" (p. 166). 

"Cada día es más patético el hecho de que la cabeza de los viejos funciona sin darse cuenta de la edad del cuerpo. O se da cuenta cuando el cuerpo se lo recuerda de manera bastante brusca, por lo demás" (p. 185).

"Cuando la gente se deja mamar gallo, y a su vez, mama gallo, todo está hecho" (p. 186).

"La incertidumbre es la condición del purgatorio" (p. 215).

"De día, aunque los miedos rondan, la rutina y la luz, la compañía reduce los miedos, los hace ver menos inminentes. Pero la noche es de los fantasmas" (p. 216).

"Una enfermedad como esta, de pronóstico tan esquivo, cierra el horizonte. Todo queda congelado en la indefinición, en la incertidumbre, en la oscilación. No puedo pensar más allá. Quizá pueda soñar, pero antes los sueños eran proyectos; ahora los proyectos están cortados por una cortina negra". (p. 217).

"Volví a pensar en los libros que me falta leer" (p. 225).

"pero frente al abanico de riesgos, necesito entregarme al destino sin resistir; es decir, sin llantos ni lamentos. No es fácil, porque uno busca despertar piedad a ver si por ahí se le encuentra el vado al río. Entregarse es no buscar protección" (p. 228).

"¿Cuántos viajes he dejado de hacer? ¿cuántas tierras desconocidas quedarán enterradas conmigo? ¿Cuántos libros en los que han formado mi tiempo he dejado de leer? (p. 229).

"El tiempo de la anestesia es un tiempo que queda faltando, que alguna conciencia echa de menos" (p 233).

"El miedo. El miedo a la muerte, claro está. No hay otro miedo" (p. 245).

"Al miedo, le decía yo a Antonia, hay que mirarle la cara" (p. 245).

"Para conocer, señor, hay que andar" (p. 301).

"Oír las voces de las gentes no fue suficiente. Para no usurparlas, había que escribirlas en el mismo tono y el mismo lenguaje en que habían sido escuchadas". (p. 301).

"Escuchar —perdónenme el tono— es ante todo una actitud humilde que permite poner al otro por delante de mí, o mejor, reconocer que estoy frente al otro. Escuchar es limpiar lo que me distancia del vecino o del afuerano, que es lo mismo que me distancia de mí. El camino, pues, da la vuelta. Escuchar es casi escribir" (p. 302).

"Se tiene miedo de escribir porque se tiene miedo de escuchar; porque se tiene miedo de vivir" (p. 302).

"Escuchar y escribir son actos gemelos que conducen a la creación" (p. 303).

"Crear es, al fin y al cabo, un acto ético" (p. 303).

"La dificultad comienza cuando el que trata de escribir no oye porque está aturdido de juicios y prejuicios, que son justamente la materia que debe ser borrada para llegar al hueso. Mi oficio de escribir se reduce a editar voces que han sido distorsionadas, falsificadas, ignoradas" (p. 307).

"He pagado un alto precio por apartarme de la mirada oficial, la que llaman "políticamente correcta": falsamente objetiva, parcial, aséptica" (p. 307).


Cartas a Antonia
Alfredo Molano Bravo
Editorial Aguilar
Bogotá
Agosto de 2020
312 páginas


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