domingo, 2 de octubre de 2011

La luz difícil, de Tomás González

Recientemente Gustavo Álvarez Gardeazábal dijo en La Luciérnaga que éste era el libro más cacareado de los últimos tiempos en la literatura colombiana y que se trataba de un libro muy bien escrito, casi perfecto, pero insípido... que no sabía a nada.

Coincido en lo primero: largas entrevistas en Arcadia y El Malpensante, reseñas en los periódicos y comentarios por todos los medios, alabando la obra antes de que viera la luz (difícil) del mercado, precedieron el lanzamiento y crearon una enorme expectativa en torno a la obra.

Sin embargo no coincido con lo segundo. A mi el libro sí me supo, me supo a mucho dolor, a un dolor triste, contenido, que no se libera con el llanto ni con el sentimentalismo. Es tragedia pura, que se desarrolla en un ambiente familiar, cerrado, claustrofóbico: las cuatro paredes de un apartamento. La muerte de un ser querido siempre marca un antes y un después en una familia y en ese punto de quiebre se detiene esta obra.

La historia es sencilla: David y Sara tienen 3 hijos, Jacobo, Pablo y Arturo, y vivien una vida tranquila en Nueva York, hasta que la tragedia irrumpe en forma de accidente automovilístico. Jacobo queda en silla de ruedas, pero lo que lo carcome no es ni siquiera su invalidez sino los insoportables dolores que sufre. Decide terminar con su vida con la ayuda de un médico y la familia respeta su decisión. 18 años después David cuenta el drama.

Se agradece que no hay una diatriba sobre la eutanasia. Ni siquiera se menciona la palabra. Es más bien una diatriba sobre el amor.


Acá Tomás González recurre a elementos que ya estaban en Primero estaba el mar, otra novela que ya fue reseñada en este blog. Aparecen nuevamente el mar, la espuma, la pintura, el cementerio, la muerte y la irrupción de la fatalidad cuando todo parece ir bien. Y todo eso se conjuga con un lenguaje depurado, limpio, "iluminado". Son sólo 132 páginas que se leen con un nudo en la garganta.

Leí hace poco que además de novela y cuento, Tomás González tiene un único libro de poesía que aumenta, corrige, edita, revisa y vuelve a publicar cada cierto tiempo. Este libro no es una continuación de Primero estaba el mar, y de hecho la anécdota que le da origen es muy distinta. Pero el trasfondo es el mismo: la tragedia que aparece a tirarse la vida de un momento a otro. Acá en La luz difícil encuentra otra manera para decir lo que ya había dicho, de la misma forma en que los pintores encuentran otra manera de expresar o ilustrar lo que ya habían mostrado.

Acá van las frases. Son muchas y faltaron más:

"No conocí otras mujeres: ella fueron todas. Es difícil de explicar y de entender, pues las mujeres que deseé y no eran ella, las que nunca tuve, tanto como las muy pocas con quienes llegué a acostarme -sin que Sara se enterara, claro, pues hubiera sido el fin-, fueron ella".

"sólo la vejez ya avanzada disminuyó el deseo que sentimos siempre el uno por el otro. Nunca he sido capaz de diferenciar demasiado entre el amor y el deseo, así que puedo decir que nos tuvimos mucho amor toda la vida".

"Y quedó muy bien. Fumigamos las cucarachas y algunas se murieron, pero la mayoría se quedó viviendo con nosotros. Uno encendía la luz por la noche y allí estaban siempre, pequeñas, numerosas, veloces, buscando rendijas para ocultarse. La limpieza era estricta y yo las volvía a fumigar cada cierto tiempo, les ponía bórax, las aplastaba con el zapato, y nada: cuando encendía la luz, allí estaban todas. En los apartamentos viejos estos insectos son tan inextinguibles como la vida".

"¡Qué iba yo a presentir lo que venía! El infortunio es siempre como el viento: natural, imprevisible y fácil..."

"Han pasado ya tantos años desde entonces que incluso la pena en mi corazón se ha ido secando, como la humedad en una fruta".

"la vida es eterna, quieta y eterna, y el dolor, una ilusión".

"La verdad no existe, además, y el mundo es sólo música".

"Cruel es el lugar común de que la esperanza es lo último que se pierde".

"Sara era por completo autónoma y de modo de ser estable. Su fortaleza no dependía de que la admiraran o la aplaudieran. Le venía de las neuronas mismas, de los genes, de una infancia sin sombras -a pesar de la horripilante violencia política que le tocó presenciar en su ciudad durante la niñez- y del amor y el afecto incondicional que tuvo la buena suerte de recibir desde siempre y supo desde siempre ofrecerles a quienes quería...".

"Cuando pienso en eso y siento la ausencia de Sara y el frío de ésta, la inevitable soledad de la vejez humana, debo recostarme un rato, apagar el alma unos minutos como soplando una vela y dormir".

"Y ya no logré contener más el sollozo, que emergió como de la tierra misma y me obligó a sentarme, ni logré detener las lágrimas, duras como astillas, que me rodaron frías por la cara".

"El tiempo se nos venía encima como si descargara sobre nosotros piedras o ladrillos".

"Creo que a estas alturas parezco una figura de Alberto Giacometti, el escultor, pues cada día me veo más flaco para mi estatura, como dice Ángela, y mi figura ha ido espiritualizándose o evaporándose. Es decir, alejándose cada vez más de las cosas del mundo e incursionando en la muerte, que no existe, y en el mundo infinito en el que en realidad estamos".

"y la vida se aferra a este mundo con algo parecido al desvarío. La cucarachita a su rendija, la plantita a su hendija del ladrillo o a la roca desnuda".

"Que tu armazón, como en el caracol, sea tan fuerte que pueda permitir la ternura".

"Había chistes o historias que yo le repetía demasiado, y era un milagro que no me hubiera abandonado por crueldad conyugal".

"Para algo tiene que servir la plata, que en casi todas sus manifestaciones, al igual que la fama, resulta desagradable, estéticamente repulsiva y muy a menudo horrenda".

"Bogotá es intensa, no particularmente bella, vital sí, pero muy dura para con sus habitantes, como una máquina mal engrasada".

"No obstante, he conocido, hemos conocido todos, la alegría, la felicidad incluso. La armonía del mundo no se emborrona o ensucia ni siquiera en los momentos de peor horror. Goya lo sabía, El Bosco".

"El tiempo es materia elástica que depende de la alegría o la aflicción".

"Eso fue después de que se murió Sara, por supuesto, y el mundo se me puso frío. Es la lentitud creciente de la circulación, dicen, lo que enfría tanto a los ancianos".

"Entonces un grillo empezó a cantar bellísimo, como si fuera la presencia de La Presencia, en algún lugar de la sala. Son unos grillos oscuros, nocturnos, feos, con algo de cucaracha y voz muy poderosa que no a todos gusta. Y mi gran soledad se llenó de pronto con el universo entero".

"pasa que resulta fácil aceptar el dolor cuando no es el propio".

"después de tantos años me asombra otra vez lo dúctiles que son las palabras; lo mucho que por sí solas, o casi por sí solas, expresan lo ambiguo, lo transmutable, lo poco firme de las cosas. Son iguales al mundo: inestables como casa en llamas, como zarza ardiente".

"fue duro, pero la alegría aflora siempre, o casi siempre, como trozo de madera en el agua, no importa lo profundo del horror de lo vivido".

"Es la última vez que como mazorcas asadas y me siento bajo el sol del Parque Nacional. Muchas cosas verán la luz siempre en mi corazón: este parque; el Central Park; el Jardín Botánico de Brooklyn; las esculturas de Rodin del Museo de Brooklyn; el mar de Coney Island; la luz de La Guajira; la luz de Islamorada, en los Cayos; la luz del Medellín de mi infancia; los cerros orientales de Bogotá; el mar de El Farito, en Miami, cuando el huracán aún no le había arrancado los bellísimos pinos australianos que allí había; los cormoranes que se posaban en esos pinos; la sonrisa de Sara; la sonrisa de Venus y de los hijos de venus; los bancos de peces verdes del East River; los ojos brillantes, inteligentísimos de Jacobo; la voz musical de James; Debrah toda (es pequeña); los tatuajes de Pablo, nuestro hombrón ilustrado, que es estable como una roca; los dedos largos de Arturo, tan parecidos a los míos.
Todo eso, con todo detalle, aquí conmigo".

Tomás González
La luz difícil
Editorial Alfaguara
Bogotá
2011
132 páginas

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