Leí una reseña sobre La conmoción de los encuentros que clasifica este libro como una colección de relatos. No estoy segura de que sea una etiqueta precisa, pero tampoco estoy segura de lo contrario: el libro trae una tabla de contenido con 10 títulos, como los libros de cuentos, y todos estos relatos podrían tener vida independiente. Pero en conjunto, que es como están presentados, narran de forma cronológica la historia de una familia desde la voz de la mamá. Así, más que 10 relatos, las 10 partes pueden entenderse como capítulos de un único relato.
La familia está compuesta por Laura Echeverri, quien narra en primera persona, su esposo Daniel y sus hijos Martín y Luciana. Una familia colombiana que vive en California durante la primera parte del libro y luego en Miami, durante la otra media mitad. Una familia que se parece mucho a la de la autora, manizaleña radicada en Miami, aunque la cantidad mayor o menor de biografía o de ficción que hay en su texto resulta irrelevante: se trata de una obra autosuficiente, que se explica en sí misma con solidez y con ternura.
La migración, la adaptación de los latinos al entorno gringo, los prejuicios y las renuncias son algunos de los temas que atraviesan esta novela. Los otros están relacionados con la maternidad (lo que cuesta ser madre, los juicios a la madre, lo que se espera de una buena madre) y el cáncer que se lanza como una bomba atómica inesperada en medio de un relato que iba de otra cosa, de la misma manera en que la noticia del cáncer irrumpe sobre una vida que tenía otros planes. O como la muerte, que es el otro tema que sutilmente atraviesa por casi todos estos textos.
Esa voz amorosa, con frases cuidadas y con escenas nítidas que aparece en Camposanto, la primera novela de Marcela Villegas, regresa a La conmoción de los encuentros con una prosa desnuda, desprovista de adjetivos o descripciones exahustivas. Marcela Villegas perfila sus personajes e historias a partir de detalles que iluminan cada párrafo, con precisión y sin sentimentalismo. Cada capítulo (o relato) incluye tensión entre el mundo de adentro y el mundo de afuera: entre la vida doméstica y el entorno político, social o ambiental, que transforma las vidas privadas e impacta la cotidianidad de sus protagonistas. Uno de los méritos de esta obra consiste en que la autora logra identificar la belleza en pequeñas minucias de la vida cotidiana.
Algunas frases
De "Grupo de juego":
Éramos expertas en esquivar temas que pudieran traer conflictos: no hablábamos de política, raza o religió o de cuánto ganaban nuestros maridos. También evitábamos opinar sobre los modos de crianza de las demás (p. 17).
Éramos expertas en esquivar temas que pudieran traer conflictos: no hablábamos de política, raza o religió o de cuánto ganaban nuestros maridos. También evitábamos opinar sobre los modos de crianza de las demás (p. 17).
A veces hablábamos de lo pobre que se había vuelto el sexo después de la llegada de los hijos o de cómo lo que éramos se disolvía para poder cumplir con las exigencias sin fin de los niños y nuestras propias expectativas sobre la crianza (p. 17).
De "Perritos de pradera":
Tal vez, pensé, eso era lo que buscaba: la blandura tibia que a veces tiene lo doméstico (p. 37).
Tal vez, pensé, eso era lo que buscaba: la blandura tibia que a veces tiene lo doméstico (p. 37).
A diferencia de las mujeres, los hombres tienen la capacidad de ser muy amigos sin hablar de sus vidas íntimas (p. 40).
De "Parto":
Me enfurecía que fuera casi imposible encontrar un tono verosímil para expresar el dolor cuando se es mujer (p. 45).
Me enfurecía que fuera casi imposible encontrar un tono verosímil para expresar el dolor cuando se es mujer (p. 45).
Me sentí culpable por traer hijos a este mundo que ardía, o se derrumbaba, o estallaba, o masticaba gente, culpable por obedecer los mandatos ciegos de mi biología y reproducirme (p. 50).
De "En todas partes y en ninguna"
Siempre llega el día en el que termina la mudanza y se empieza a vivir el nuevo orden (p. 54).
Siempre llega el día en el que termina la mudanza y se empieza a vivir el nuevo orden (p. 54).
La muerte era esa contrariedad menor que estaba próxima a sucederles (p. 63).
La muerte era una ocurrencia afortunada si llegaba para salvarlos de la demencia senil o las secuelas de la apoplejía; de convertirse en "viejos viejos" —así decían—, en viejos invisibles languideciendo en un asilo (p. 63).
—No sabía eu escribía poemas.
—No escribo poemas; esto es un ejercicio.
—Todo lo que uno escribe es un ejercicio, querid a (p. 66).
De "Peregrinaje"
Hay lugares que solo pueden disfrutarse si se está borracho (p. 73).
Estábamos en ese momento, común a todas las vacaciones en familia, en que la armonía pende de un hilo y es mejor cuidarse de no romperlo (p. 74).
De "Invasiones"
Mi marido, que tiene el don de morirse cada noche, roncaba impávido (p. 77).
La reina de los bandidos
Luego me enfermé. El diagnóstico, que recibí sin haber experimentado un solo síntoma, fue cáncer de ovarios avanzado. Me sometí a varias cirugías y numerosos ciclos de quimioterapias sabiendo que las probabilidades de sanarme eran, en el mejor de los casos, modestas. Durante meses perdí de vista casi todo: solo podía quedarme en la cama, con los ojos cerrados y sin dormir, sintiendo mi cuerpo devastado, reducido a tres cuartos de su peso (p. 95).
La conmoción de los encuentros
Marcela Villegas Gómez
Sílaba Editores
Medellín
Marzo de 2021
110 páginas
Marcela Villegas Gómez
Sílaba Editores
Medellín
Marzo de 2021
110 páginas
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