Inicio

domingo, 19 de mayo de 2024

Niñapájaroglaciar, de Mariana Matija

Niñapájaroglaciar es el relato escrito en primera persona por Mariana Matija, diseñadora visual nacida en Manizales que se dedica a trabajar en proyectos de activismo ambientalista que buscan cambiar la relación con la tierra.

Este libro está escrito con un lenguaje singular, cercano al tono de la oralidad, que seguramente otras mujeres que crecimos a finales del siglo XX en Manizales podemos sentir tan cercano que el texto nos convierte a nosotras, las lectoras, en otras niñaspájaroglaciar, en la medida en que abre los sentidos para ver, oír y apreciar la riqueza del entorno cercano. 

Mariana Matija visita Islandia y descubre que en islandés muchas palabras se forman de unir dos sustantivos: el volcán que explotó allá se llama Eyjafjallajokull que significa algo así como Islamontañaglaciar, y así hay otras palabras que le permiten construir a la autora, desde el lenguaje, conceptos singulares que van desde tucuerpomicuerpo, para explicar la simbiosis con una gata, hasta Niñapájaroglaciar, el título del libro, que refleja bien el tipo de ser que ella es. Con ese lenguaje ella comunica y saca al exterior su paisaje interno, poblado de un amor expandido a múltiples formas de vida y a distintos lenguajes distintos al habla de los humanos.

Niñapájaroglaciar es un texto autobiográfico que trasciende en mucho la mera anécdota. Hay humor, hay una crítica al colegio, hay recuerdos de la infancia y la adolescencia, hay una lectura sobre lo que significa ser niña en una sociedad machista y hay, sobre todo, un duelo que no se enuncia como tal: el duelo por los animales que se extinguen, los glaciares que se derriten y el paisaje que cambia. Las montañas que se pueblan de árboles de aguacate, en fila y uniformados como si estuvieran en un colegio. Un duelo que duele, por sentir que el paisaje amado muere y que los humanos siguen siendo incapaces de entender que son un animal más. El animal más destructor.


Algunos subrayados 

Mi corazón se convirtió fugazmente en pájaro y se reconoció en otro pájaro y no quiero que esa sensación se me olvide (p. 10).

Llegaron a mi vida inesperadamente y, como todas las cosas bellas, trajeron un nuevo vacío, el que me quedaba en el corazón y en el estómago cuando íbamos a la cabaña (p. 12).

Cuando volví a Manizales y oí un afrechero me sentí en casa. Mi casa es la sensación que me aparece en el cuerpo al oír el canto de los afrecheros (p. 16). 

no recuerdo cómo eran los nevados cuando estaba chiquita, aunque recuerdo haberlos mirado mucho. Pero sí sé cómo son ahora y puedo compararlos con fotos tomadas antes de que yo naciera y darme cuenta de cuánto han cambiado sus glaciares. Tampoco recuerdo cómo eran los cerros que rodean a los nevados, pero me imagino que estaban menos pelados que ahora. Me gustaría recordar. Me gustaría tener fotos. Me gustaría haber tenido la lucidez para hacer un registro de los nevados y los cerros que los rodean, para poder saber cómo se han transformado (p. 18).

Están en el mismo lugar pero no siguen siendo los mismos y no todo está bien. Los glaciares están subiendo, buscando pisos térmicos más fríos que no existen. Están deshaciéndose, chorreándose en riachuelos que son tragados por la vegetación esponjosa y las lagunas del páramo. El páramo, por lo tanto, tampoco es el mismo: está tragándose a los glaciares porque no le queda más remedio, y después los deja seguir chorreando hacia abajo ya convertidos en agua que no volverá a ser hielo, o por lo menos no de ese glaciar. Tal vez llegará a una bocatoma y pasará por un tubo y llegará a un grifo de un lavaplatos en una casa en la que se convertirá en hielo de cubeta para echarle a una cocacola que será bebida por alguien que no sabe que su hielo está hecho con agua de un glaciar en extinción (p. 19). 

La memoria siempre es creativa, pero unas veces más que otras. Recuerda, sí, pero también inventa y hace collages mezclando cosas que sí pasaron y que se vivieron en primera persona, cosas que sí pasaron y que llegaron a través de la experiencia de otra persona, y cosas que no pasaron pero hacen que la historia sea más interesante o más digerible o más tolerable. Y la memoria, claro, también olvida (p. 23).

no hay malestares o bienestares, sino solo estares que a veces se sienten bien y a veces no tanto (p. 36).

No sabía que ser niña implicaba tener un límite, un borde (p. 45). 

Descubrí que unas palabras mal escogidas podían matar lo que amo (p. 50).

Yo no quería correr para darle vueltas a la misma cancha ni jugar los mismos partidos obligados de baloncesto ni darme golpes en los antebrazos con los balones de voleibol que parecían de piedra ni nada de lo que nos ponían a hacer para castigarnos por el pecado horrible de ser cuerpos, de ser niñas y cuerpos en un mundo que no nos veía como animales sino como máquinas que transportan mente (p. 53). 

El colegio era el lugar en el que me tenía que vestir y comportar igual que todo el mundo, en el que tenía que pensar en cómo sentarme porque tenía falda todo el tiempo y entonces se me veían los calzones, en el que no me podía subir a los árboles ni rodar por la manga ni correr con las perras. Era el lugar en el que si me reía mucho me ganaba un regaño. Si hablaba mucho me ganaba un regaño. Si dibujaba mucho me ganaba un regaño. Era la feria del regaño (p. 56). 

en esa temporada en la que el foco de mi atención se hizo más y más pequeño, hasta que parecía que solo cabían mis propios inflamados dramas, cuando pensaba que iba a descubrir quién era yo metida en un salón de espejos, mirándome a mí misma y a otros que se me parecieran, mirándome el ombligo sin verlo (p. 64). 

Hay gente que piensa que llorar por la muerte de un perro amado es una exageración, pero es porque nunca han amado a un perro, así que en sus vidas no cabe el vacío de esa ausencia. Para que haya espacio para ese vacío la vida se les tendría que haber expandido antes lo suficiente para contener todo ese amor (p. 66). 

Y cuando se acababan las vacaciones -o al menos la parte de las vacaciones que pasaba en la cabaña 4- y volvíamos por esa misma carretera hacia Manizales, me quedaba mirando los bordes negros de esos árboles en contraluz en un fondo de atardecer de muchos colores, y sentía esa mezcla entre tristeza y alegría que suele aparecer en el paisaje interno cuando uno se despide de un paseo y vuelve a la casa (p. 133). 

Hasta llegar a Bogotá que también está arriba y por eso también es fría, aunque es un frío que siempre sentí muy diferente al de Manizales, más seco, con menos nubes, sin miradas directas de glaciar (p. 138).

no recuerdo haberme sentido orgullosa de haber nacido en Manizales. Tampoco me avergonzaba, sencillamente no pensaba que haber nacido en una ciudad particular pudiera decir algo importante sobre mí o pudiera tener algo que ver con quién soy (p. 140). 

Manizales va a cambiar un montón cuando se termine de morir el glaciar del Poleka Kasué. Va a cambiar mucho más de lo que podemos percibir, más de lo que muchos humanos están dispuestos a reconocer. El cambio no va a ser simplemente que se deje de ver la cubierta blanca de una montaña, porque cuando se extingue un glaciar no solo se extingue ese glaciar, sino que con él se extinguen todas sus relaciones: aparecen dolores de ausencia en los paisajes internos de todos los seres que lo han amado y se extingue su propio paisaje interno. Se extinguen las conversaciones que surgen entre su brillo blanco y el de las nubes que le pasan por encima, las cartas subterráneas que le escriben sus aguas derretidas a las raíces de las plantas paramunas, se extinguen familias de rocas que se mantienen juntas bajo su peso, se extinguen las caricias específicas que el viento tiene para las formas de ese hielo, se extinguen los caminitos que ha aprendido a horadar el agua, se extinguen las canciones que canta con aire frío y que escuchamos con la piel los animales que vivimos bajo su mirada (p. 143). 

Me encerré para protegerme de la tristeza y no me di cuenta de que me metí en una jaula (p. 151).

El volcán está activo. Echa fumarolas, echa cenizas, tiembla. Tiene hielo arriba y fuego adentro. Es un borde. Un fin del mundo. Estoy suficientemente lejos para que parezca que lo único que pasa es lo grande, pero cada vez que miro procuro recordar que allá siempre está pasando también lo pequeño. Aunque yo no los alcance a ver desde aquí, allá hay conejos de páramo corriendo y escondiéndose entre los matorrales, hay pájaros haciendo nidos en las ramas de los arbustos, hay bichos escarbando la tierra y abriendo madrigueras para poner huevos, hay lluvia cayendo y rodando por los pelos de las orejas de los frailejones y por los pelos de las orejas de las vacas, hay plantas pequeñísimas haciendo hojas nuevas, hay conversaciones entre todos los animales, entre la fumarola y el aire, entre la ceniza y el hielo. Afilo los oídos para escuchar esas conversaciones pequeñas. Me dicen que la Tierra habla por arriba, por abajo, por la mitad. Habla en voces de hace millones de años. Algunas desaparecieron y ya no se oyen. Otras han cambiado tanto que parece que ya no son ellas pero todavía no se han ido (p. 189).


Niñapajaroglaciar
Mariana Matija
Editorial Rey Naranjo
Bogotá
2023
192 páginas

sábado, 18 de mayo de 2024

Un mar, de Ignacio Piedrahíta Arroyave

El geólogo y escritor Ignacio Piedrahíta Arroyave publicó en 2006 la novela "Un mar", un texto de ficción construido a partir de su conocimiento sobre la minería, la exploración y las rocas, en este caso las piedras calizas, y en el que la narración fluye con ese ritmo pausado y hondo que es habitual en sus textos. "N
o hay prisa para la tierra en estas profundidades", escribe en un aparte de esta novela, y ese "no hay prisa" está presente también en la forma de narrar.

"Un mar" está estructurada en 25 capítulos cortos que cuentan unos meses en la vida de Arenas, un geólogo que se traslada a una ciudad al lado del mar para liderar la exploración de una montaña en la que una fábrica cementera espera encontrar roca caliza. La superficie de la montaña no permite ver lo que hay en su interior. Es necesario perforar con paciencia y con la certeza de saber que muchas veces la exploración no conduce a un hallazgo de valor. Lo mismo hace el escritor con el personaje: de Arenas vemos su uniforme, su rutina, su vivienda, pero es necesario explorar a través de las páginas, con mucha paciencia, para poder identificar sus pensamientos más profundos. 

La novela recrea la cotidianidad de una exploración minera, un ambiente fuertemente masculino, pero al mismo tiempo explora una veta que al comienzo apenas se insinúa y luego empieza a crecer: el interés de Arenas por una mujer casada. Esa condición de casada ofrece un sustrato tan conocido para el lector que el autor se abstiene de cualquier exploración existencial o juicio de valor. Los hechos y las ensoñaciones permiten construir un relato que va del corazón de la montaña a la profundidad del océano, en donde el protagonista Arenas se muestra como un personaje mineral: pausado, reservado, cerrado, solitario. Sólo el tiempo permite verle variaciones.

Esta novela fue ganadora de una beca de creación en Medellín y finalista de un concurso convocado por Mincultura. Hizo bien la Editorial Eafit al decidir volver a editarla en 2023.


Algunos subrayados
El exterior de una piedra se asemeja a un velo (p. 32). 

Con su herramienta parte la roca y examina su anatomía interna con el fin de averiguar su pasado. Su oficio tiene algo de examen oculto de los hechos antiguos (p. 32). 

Hay algo de macabro en esa condición de explorador, pues se trata de entender el funcionamiento de la tierra para ir directo a su destrucción (p. 35). 

el secreto de esta profesión es pasar inadvertido (p. 88)

Bajemos más y más, no importa el calor, no importa la presión, nuestros oídos son de cuarzo y nuestros cuerpos de vapor. sienta lo que ocurre aquí debajo de la corteza de la tierra, todo es calor y presión, mire las rocas cómo se funden y se oprimen unas contra otras. Ahora entréguese a ese magma. Ese es el punto de partida de nuestro viaje, ahora comenzaremos a ir hacia adelante. Suspéndase, sienta que a pesar de nuestro esfuerzo hay algo que nos empuja hacia arriba, es la roca fundida que quiere subir porque está muy caliente y necesita enfirarse. Venga aferrémonos a esa masa incandescente que va lentamente hacia arriba, no podrá hacernos daño. Tardará millones de años en subir a la superficie, pero no hay problema, podemos esperar: no hay prisa para la tierra en estas profundidades. Viajemos con ella en el tiempo hasta que llegue a la cima, hasta que ella misma sea la montaña. Nosotros somos ahora la montaña. ¿Lo comprende? (p. 103). 

cada pie que penetra el taladro equivale a miles de años rumbo a ese pasado de aguas cálidas y transprentes, anteriores al lio y a la arcilla que lo cubrieron todo (p. 113).

Lo extraño de la noche no es más que su propio estado de aturdimiento (p. 121). 

Un mar
Ignacio Piedrahíta Arroyave
Editorial Eafit
Medellín 
2023 (primera edición 2006)
178 páginas

lunes, 13 de mayo de 2024

Jardín en tierra fría, de Fátima Vélez

Hay un padre de familia que lleva 40 años construyendo una casa con "techos colosales de bambú". Una casa que, en realidad tiene varias casas: hay una cocina común, pero la hija mayor, Primera V, vive en una casa con su novio Enriqueto y con su amigo Inca, que al parecer tiene una relación con Enriqueto. En otra casa vive Rut, la segunda hermana, que ejerce como ama de casa desde que se murió Menana, quien era empleada, nana y la última pareja de Papa V. En otra casa vive Tercera V, la menor de las hermanas. Ellenín, le niñe que fue recogido por Menana, vive con Papa V aunque él lo desprecia porque no es niña.

Primera V tiene como tarea diaria y vital cuidar el jardín. Debe regar las plantas. Primera V cree que en el jardín reposan los restos de su mamá y de las mamás de Rut y de Tercera V. Cree que Papá V las mató para que él pudiera esclavizar a sus hijas.

Fátima Vélez cuenta esta historia que oscila entre el cuento de hadas y el terror con un lenguaje experimental en el que el narrador rompe a veces "la cuarta pared" teatral y le habla directamente al lector, en un guiño juguetón. El resultado es una novela corta dividida en 22 capítulos, cada uno con título, en los que el lector recorre las páginas con una sensación de extrañamiento.

La atmósfera de la novela recuerda el lenguaje de Galápagos, aunque Jardín en tierra fría ofrece una historia más lineal para el lector: la obra narra 24 horas de un lunes en la vida de Primera V. Esas 24 horas incluyen la certidumbre de que su novio tiene una relación con su amigo; visita al jardín; encuentro sexual con Ginlove, la empleada del servicio; diálogos con sus hermanas; caminata de 80 cuadras hasta una librería y desde allí con el librero hasta el Parque El Virrey, en donde dialogan con un muerto vestido de diablo (una alusión al caso del homicidio de Luis Andrés Colmenares, ocurrido el 31 de octubre de 2010 en Bogotá) y una visita fallida a una galería de arte en la que Inca expondrá su obra: una larga cadena de clips con la que piensa unir a Colombia con Indonesia.

En medio de esta sucesión de hechos aparentemente caóticos, o de vida alejada de la "normal cotidianidad", la autora cuestiona la estructura familiar, los silencios y los secretos en las relaciones de familia, el rol de las mujeres en las familias y el poder violento del padre como figura que ejerce el control. Hay además una reflexión explícita sobre el lenguaje incluyente, sobre las relaciones fluidas entre géneros y sobre la obligatoria maternidad que algunas culturas le imponen a las mujeres. Todo esto ocurre en una casa de Tierra Fría, que se ubica en un lugar que se parece bastante a La Candelaria, en Bogotá, aunque los referentes de espacio y tiempo son vagos, como corresponde a un cuento de hadas.

Por último, la autora salpimienta su construcción con un verso de la argentina Olga Orozco, que repite como leitmotiv a lo largo del texto, y lo complementa con intertextos de Lorca, entre otros.

Algunos subrayados
Tú eres de esos homosexuales que les encantan a todos porque creen que eres heterosexual y fantasean con ser tu primera experiencia (p. 14). 

Empezar la semana sin madrugar quiere decir que tampoco esta semana encontrará trabajo (p. 18).

Me gusta mirar a la gente, escuchar, oler, me gusta comer, me gusta leer, me gusta soñar, ¿a quién le pagan por eso?

un sueño en la literatura no es más que un error de principiante (p. 19).

Los sueños, dijo Enriqueto solemne, Se inventaron para no dejarnos descansar; dormir debería ser como morirse (p. 19). 

eso en el caso de que aún esté viva, de que Papá V no la haya matado,
como Primera V sospecha que hizo con todas las mamás (p. 25). 

una discusión que ella gana porque él se cansa antes (p. 28).

el jardín de atrás, el lugar donde ella cree que están enterradas las mamás (p. 32). 

Nos tiene de esclavas, mató a nuestras mamás para que fuéramos siempre sus esclavas, para que ellas no pudieran protegernos (p. 39). 

su papá podía ser lo que ella quisiera, incluso un asesino de mamás, pero era su papá y la mantenía (p. 40). 

pero es que cuida tus palabras, que son poderosas, crean realidades (p. 40). 

cuando se tiene un jardín y no se le cuida, cobra venganza (p. 43). 

Ninguno de los clientes de Papá V sospecharía que esas casas, de las que se sienten tan orgullosos, en las que tejen sus vidas privadas, sus secretos, sus relaciones familiares, vienen de la pulsión de lanzar electrodomésticos por la ventana. Los impulsos de la violencia y de la creación unidos en un hombre (p. 46). 

Convivir con la violencia para encontrar la creación ¿vale la pena? (p. 47). 

Lo que a ella le gustaría es ser Primera V, no dejar de serlo pero sentir, al menos por un microsegundo, un pene incorporado y orinar como Papá V y tocar a Enriqueto mientras se bañan y penetrarlo y que él la penetre mientras ella penetra a Inca, qué horror esa imagen (p. 49).

mientras nadie escriba, alguien tendrá que tomar al menos una foto (p. 51). 

Está convencida de que cuando Papá V dejó de quererla, ella paró de crecer (p. 53). 

Le gusta pensar que ella no es una mujer, que en realidad es un hombre en cuerpo de mujer, un hombre al que no le atraen las mujeres sino los hombres (p. 58). 

en qué momento dizque, el correcto lavado de los dientes sin desgastar el cepillo y la forma de escribir puntuando aquí tildando el hiato en la vocal cerrada con las palabras en blanquísimo orden (p. 60). 

pensar bobadas en voz alta con otra persona sintiendo la escucha de un oído, esa forma de penetración en la otra persona que es escuchar y que nos escuchen (p. 91). 

Pero un obstáculo. Las palabras si acaso rozan lo que en realidad queremos decir. Las palabras no sirven (p. 111). 

¿por qué usted siempre habla en masculino? Puedo usar la "e" si prefiere.
Dani alza los hombros.
¿Cuándo has leído un libro escrito con la "e" ¿Te imaginas? ¿Cómo haces con palabras como "otro" o "lector"?
Puedes decir "le otre" o "le lectore".
Suena horrible.
Suena horrible porque no estás acostumbrade.
Acostumbrado. Sobre mi cadáver entra a esta librería un libro escrito así.
Qué facho (p. 118). 

tener una hija no es una cosa que se pueda pensar demasiado, si una lo piensa mucho no lo hace (p. 126). 

ha descubierto al fin lo que quiere hacer con su vida: se la primera humana en poner un huevo (p. 136).


Jardín en tierra fría
Fátima Vélez
Laguna Libros
Bogotá
Abril de 2024
140 páginas

sábado, 11 de mayo de 2024

Grávido río, de Ignacio Piedrahíta Arroyave

"Soy un grávido río" es un poema de José Eustasio Rivera que no sólo le da título a este libro sino que además le sirve al autor para cerrar este libro-viaje, que parte desde Medellín hasta San Agustín y luego asciende lentamente, siguiendo el Magdalena, hasta Magangué, para luego regresar a casa.

El libro está estructurado en siete partes y cada una corresponde a un hito del viaje: Medellín-Huila; San Agustín; el Desierto de la Tatacoa; Armero, Líbano, Murillo y el Nevado del Ruiz; Puerto Berrío; El Banco, y Mompox. 

A diferencia de Al oído de la cordillera, en Grávido río Ignacio Piedrahíta no coquetea con la ficción y tampoco esboza personajes. Se trata de una especie de bitácora de viaje en la que el autor intenta seguir el curso del Magdalena, aunque como él mismo lo dice "El Magdalena no solo es el río, es todos los ríos y lagunas que lo alimentan. Es incluso el agua que llueve y lentamente va a dar a él". Por eso, siguiendo el curso del Río Lagunilla que desemboca en el Magdalena, llega hasta el Nevado del Ruiz, cuyas aguas también van a dar al caudal del gran río.

"Grávido río" fue publicado en 2019 y en 2020 Wade Davis publicó "Magdalena". Si bien ambos libros comparten no solo el río que los estructura, sino también una división en capítulos determinada por las estaciones del viaje, que en algunos casos también coinciden, se trata de dos obras de tono distinto: la de Wade Davis es más cercana a la crónica, involucra voces de las regiones y tiene una mirada más abierta y dialogante. En contraste, "Grávido río" es un viaje interior en el que el autor dialoga en primer lugar consigo mismo y también con sus propias lecturas: los filósofos presocráticos, los autores que han escrito sobre ríos y sobre naturaleza y el sedimento que le queda de su formación como geólogo. El resultado es un libro intimista con un tono sosegado y singular, que muestra a un hombre solitario que viaja, observa y escucha. Su mirada no es invasiva ni protagónica, sino discreta y silenciosa. Se parece al Río Magdalena cuando pasa por Mompox, que aunque es potente no se siente correr.

El libro, además de hermoso, está bellamente editado. El texto incluye fotografías en blanco y negro tomadas por el autor y su diseño y la calidad de impresión permiten una lectura tranquila, que se acompasa al tono de la voz de quien narra. 

Algunos subrayados

Una mañana cualquiera la lluvia cesó, como si un dios hubiera cerrado de repente su enorme puño (p.27).

A menudo basta con que el tono de voz sea el adecuado para que una idea tome la fuerza necesaria para convencernos (p. 67).

Así pensaba Heráclito cuando decía que "los ojos son testigos más exactos que los oídos" (p. 72).

Los volcanes colombianos no son fotogénicos como los de Hawái, por ejemplo, que expulsan lava como miel derramada. O como los de Islandia, que hierven durante varios días o semanas mientras las cámaras les hacen impresionantes tomas nocturnas. Nuestros volcanes son sagaces e implacables. Permanecen agazapados a grandes alguras, donde un mando blanco de nieve les da una apariencia de mansedumbre. Y, mientras tanto, como aquel que prepara largamente un gran golpe, van reuniendo la fuerza necesaria para estallar (p. 85). 

Poco a poco comenzó a despejarse la cumbre irregular del Ruiz y pude ver la nieve. Era difícil concebir que en su interior hubiera tanto poder, que bajo su helado casco la roca estuviera ardiendo (p. 98).

Los volcanes son, como intuía Humboldt, una expresión de las profundas costuras de la Tierra. Al dibujar las suturas de las placas tectónicas en un mapamundi, el planeta luce como un balón viejo y zurcido. Los volcanes son las puntadas de esas costuras. La más larga de ellas se conoce como el Anillo de fuego del Pacífico, y tiene la forma de una sortija que circunda el océano. Comienza en el sur de Chile, sube por el costado occidental de las Américas hasta las islas Aleutianas en el sur de Alaska, allí tuerce a la izquierda hasta las Kuriles en la península de Kamchatka, y luego sigue por Japón, las Marianas y detrás de las Filipinas y, más al sur, sobre las islas en forma de arco de Indonesia, donde quiebra al oriente para cruzar por Nueva Guinea y finalmente Tonga y Nueva Zelanda, islas ubicadas justo al frente -aunque a miles de kilómetros- de las costas del sur de Chile, donde comenzó. 
El Ruiz hace parte de ese anillo de fuego. Estar allí y recordar sus erupciones era asistir al más viejo ritual de la Tierra (p. 103).

Los pescadores del Magdalena toman su pesca no tanto del mismo río como de sus ciénagas. Es allí donde crecen los peces, que luego salen al cauce principal y lo remontan en un ritual anual conocido como "subienda". (p. 136).

cerca del agua el mundo tiende a la belleza (p. 136).

El Magdalena no solo es el río, es todos los ríos y lagunas que lo alimentan. Es incluso el agua que llueve y lentamente va a dar a él (p. 138).

Muchos de los muertos de esos treinta años fueron arrojados al río, haciendo triste honor a esas palabras de Gastón Bachelard de que el agua no solo es la tumba del fuego, sino que también puede ser la tumba de los hombres (p. 145)

Aún cuando uno quisiera permanecer inmóvil en la sala de su casa, de todos modos estará viajando, porque el tiempo es inexorable (p. 147).

Mientras el hombre multiplica sus tareas buscando la cumbre del éxito, los ríos se dan a la aventura del descenso (p. 155).

Un champán podía ganar hasta cuarenta kilómetros de recorrido en el sentido de la corriente, pero solo alrededor de quince remontando el río. De modo que la ruta de mompox hasta Honda podía tomar más de tres meses, y la mitad del tiempo en sentido contrario, bajando (p. 159).



Grávido río
Ignacio Piedrahíta Arroyave
Editorial Eafit
Medellín
Agosto de 2019
186 páginas

viernes, 10 de mayo de 2024

Nido, de Laura Guarisco

Con unos dibujos precisos, sencillos y hermosos, Laura Guarisco cuenta una historia de ficción basada en testimonios reales sacados de su propia experiencia como migrante venezolana en Medellín y de muchos amigos y conocidos que salieron huyendo de la situación política en Venezuela y entraron a Colombia por Cúcuta, para continuar a pie por carreteras colombianas hasta llegar a su destino.

Ángel, un joven arquitecto caraqueño, es el protagonista de esta historia que empieza por el final y se cuenta con saltos en el tiempo muy bien resueltos a partir de recursos gráficos, de forma que el lector ubica rápidamente el momento en el que está dentro del relato. 

Ángel viaja de Caracas a Medellín, llega a donde una amiga de la familia y se emplea en oficios varios hasta lograr los papeles que le permiten aspirar a un trabajo como arquitecto. El libro nos muestra todo ese periplo de Ángel, pero además su pasado inmediato, antes de salir de Caracas, y lo que ocurre con él en Medellín hasta que lleva año y medio en la ciudad.

Sin señalamientos, sin juicios ni moralinas, Nido logra evidenciar la solidaridad de algunos y la xenofobia de otros. Muestra las dificultades humanas de migrantes que padecieron una pobreza súbita y la mirada indolente de colombianos que desdeñan a los venezolanos a partir de un mero prejuicio. Así mismo, el libro conecta la migración venezolana en Colombia con el desplazamiento interno que vivieron a comienzos de siglo muchos colombianos a raíz del conflicto armado. 

Nido es una novela gráfica que logra comunicar emociones: hay ternura, hay dolor, hay impotencia y hay también ilusión. Es una obra que muestra postales de Medellín, pero también calles anónimas en las que transcurre un drama humano que se narra desde la perspectiva de las víctimas. La autora presenta una clara posición política pero sin resentimiento ni odio. Al contrario: está escrito y dibujado con nostalgia, pero sobre todo con amor. 


Nido
Laura Guarisco
Editorial Planeta
Bogotá
Septiembre de 2023
200 páginas

domingo, 5 de mayo de 2024

El viaje del hincha, de Carolina Calle Vallejo y Nicolás Torres Victoria

En "El viaje del hincha" Carolina Calle Vallejo vuelve a hablar de las cárceles, pero ahora lo hace con una novela gráfica de no ficción. Luego de "Cartas de puño y reja", en donde acudió al género epistorlar para contar historias reales de mujeres analfabetas en las cárceles de Medellín, ahora en "El viaje del hincha" presenta una novela gráfica de no ficción en la que desarrolla, con ilustraciones de Nicolás Torres Victoria, la historia de Diego, un joven hincha del Atlético Nacional que en medio de una riña asesina a otro muchacho y es condenado a prisión.

Leí hace un tiempo"El viaje del hincha" como una crónica publicada en Universo Centro, pero ahora, en este formato de novela gráfica, la historia gana en potencia y en profundidad. Las ilustraciones son creativas y útiles para guiar la historia que se narra a partir de cortas viñetas, que responden a la misma estructura de la crónica original, pero fueron reescritas para adaptarlas al formato gráfico.

Existe estigmatización social alrededor de las barras bravas de los equipos de fútbol, pero también es innegable que hay violencias no sólo simbólicas sino también letales en las que han participado miembros de las barras. En esa difícil línea entre contar una historia real sin caer en la banalidad de reforzar un prejuicio avanza esta novela gráfica, que podría contar el crimen de un asesino pero opta por narrar la vida de un hincha: sus días felices en el estadio y sus horas felices al salir de la prisión. Lo que ocurrió durante los años que estuvo detenido se muestra en pocas ilustraciones y pocas páginas. Le queda al lector el trabajo de imaginar lo que está fuera de foco y, sobre todo, de imaginar la vida futura del hincha que regresa a empezar una nueva vida en donde había sido feliz. 

Hay, en consecuencia, una decisión narrativa y ética de una autora que busca humanizar al victimario y mostrarlo no sólo con sus oscuridades sino también y sobre todo con su luz.

Como dice la autora en una viñeta de la parte final del libro, Diego "aprendió que también es de varones esquivar una riña callejera". Esa visión esperanzadora final sobre un héroe improbable confronta al lector con sus propios prejuicios. 

"El viaje del hincha" es un viaje inesperado, en el que el título contrasta con el contenido del libro. Esa misma capacidad de adaptación ante lo imprevisto es la que parece reclamar el libro para la relación que el lector establece con los exconvictos: gente que habita en nuestro entorno aunque muchos sentirían mayor tranquilidad si habitaran lejos.


El viaje del hincha
Carolina Calle Vallejo (textos) y Nicolás Torres Victoria (ilustraciones)
Editorial Remitentes y Ministerio de Cultura
Medellín
Noviembre de 2023
80 páginas

sábado, 4 de mayo de 2024

Fragmentos de vida, de Florence Thomas

Luego de escribir muchos libros sobre feminismo y artículos en tono académico, a sus 80 años Florence Thomas decide publicar un libro íntimo, fragmentario y autobiográfico en el que cuenta su vida a partir de jirones de recuerdos: desde su infancia en Ruan (Francia), sus años universitarios en París, su amor por un colombiano y el impacto de su nueva vida en Bogotá, su vinculación a la Universidad Nacional, la creación del Grupo Mujer y Sociedad, la maternidad, el divorcio, la militancia feminista por el derecho al aborto, la jubilación, las columnas periodísticas y la vida lenta de la vejez.

"Fragmentos de vida" es un libro cálido, honesto, cercano, en el que Florence Thomas narra su vida en primera persona sin protagonismos ni aspavientos. Es el testimonio de una mujer que por tener acento francés fue más escuchada que otras en su lucha feminista, y que comparte su visión del país, de la vida y las mujeres desde la sabiduría y la tranquilidad que le dan 80 años intensamente vividos.

Desde 1998 Florence escribe una columna en El Tiempo y algunos de los capítulos de este libro parecen columnas: textos más o menos breves, con título, que abordan un momento específico de su vida y se detienen en una época para narrar, más que una anécdota, un hecho vital que se teje con otros hasta completar una autobiografía. Florence advierte que no es escritora pero luego dice que la escritura femenina pasa por el cuerpo y que la escritura, a diferencia de la oralidad, permite corregir, borrar, editar. De esa consciencia se construye este libro: una obra sin pretensiones literarias, con un cuerpo femenino muy presente, con emociones narradas con un tono oral, como contando un cuento, pero con el trabajo de edición que hace que parezca fluido y fácil lo que toma trabajo tejerse. 

Una idea que se repite en el texto es la de "uno se vuelve feminista con su historia". Que Florence Thomas cuente su vida tiene valor por mostrarle intimidades personales a un público lector sino por tomarse ella misma como objeto de estudio para mirar la evolución íntima de una mujer que no nació feminista pero a partir de una familia, una profesora, un aborto, unas parejas patriarcales, unas amigas con enorme capacidad de escucha y unas lecturas a tiempo va convirtiéndose en una persona capaz de cuestionar los roles de género y las brechas existentes. La gracia del libro consiste en mostrar todo esto con ternura, calidez y una entrañable honestidad.


Algunos subrayados

Uno no puede conocerse, solo puede contarse (p. 11).

Uno se hace feminista con su historia, o por lo menos con muchos elementos de su historia (p. 13). 

(los carteros) Un oficion que no hubiera debido desaparecer porque hay noticias que necesitan tiempo para llegar a su destinatario, que son demasiado violentas para llegar de una o demasiado personales y amorosas para un frío mensaje de texto (p. 38).

Los mensajes de texto se borran, desaparecen de repente en esa fría pantalla de un teléfono celular, se pierden para siempre; las cartas se guardan como guardé las de mi madre (p. 38).

Francia es mi memoria, Colombia mi actuar cotidiano (p. 42).

La escritura permite siempre borrar la frase, borrar la palabra, buscar en ese diccionario de sinónimos y volver a ensayar con estas letras que no siempre se dejan domar. Siempre es posible leer, releer y volver a escribir al otro día (p. 43).  

no había llegado el tiempo de las mujeres, o más exactamente, de la escucha de las voces femeninas (p. 48). 

Ninguna mujer planea hacerse un aborto, solo se llega a él cuando no hay otra alternativa pues es siempre fruto de una situación inesperada (p. 55)

En mi vida nunca había sentido un temblor y tengo que confesar que me quedó una sensación de máxima vulnerabilidad nada agradable. Cincuenta y cinco años después, sigo temiendo a los temblores (p. 62). 

cuando llegué a Colombia no encontré mujeres, quiero decir, mujeres en cuanto sujetas de derechos, ciudadanas plenas, no encontré sino madres, madres acompañadas de muy pocos padres pero de muchos hombres, grandes machos y pequeños patriarcas (p. 65). 

en estos asuntos que todan a la dinámica del amor de pareja nada, absolutamente nada, es sencillo (p. 69). 

reafirmar que uno se vuelve feminista con su historia, pero también con sus emociones, sus encuentros, sus amores, sus lecturas y sus tropiezos (p. 88).

Mis recuerdos son los de un tiempo sin afanes y sin esas obligaciones que hoy tienen los profesores universitarios de publicar en revistas indexadas y, mas de una vez, según me cuenta la actual generación de profesores, aguantar el genio de los y las estudiantes quienes hoy son los que creen tener la verdad y las herramientas para exigir un mínimo de 4.0 con el fin de pasar la asignatura sin problema (p. 104).

aprendimos que la escritura de las mujeres pasa por el cuerpo y solo así se vuelve inaugural porque deja de ser la repetición del discurso paterno o sea del discurso del amo (p. 114). 

las redes sociales que les permiten una visibilidad política que mi generación o puede sino envidiar a pesar de algún riesgo de mucha diversidad y fragmentaciones que hacen difíciles a veces las articulaciones entre los centenares de grupos actuales. Son otros tiempos (p. 116). 

siempre he pensado que la relación madre-hijo es mucho más confortable, mucho menos compleja que la relación madre-hija (p. 127).

quitarse la ropa, no para representar un papel, sino siendo una misma, era una prueba muy confrontadora (p. 138).

esos tiempos de dictadura de una belleza estandarizada que enferma (p. 139).

esta revolución que nos permitió romper con la idea de que una mujer existe solo cuando existe la mirada o el deseo de un hombre (p. 139).

Feminizar la política fue también un tema que trabjé mucho, pues se había vuelto un tema de primera importancia cuando en estos tiempos la participación política de las mujeres era aún muy escasa (p. 144).

encontré siempre muy difícil hablar con mujeres de clase alta o mujeres empresarias. Difícil porque escuchando lo que significaba para ellas romper viejos moldes, sabían, entendían que tenían demasiado que perder (p. 145).

Teníamos que aprender día a día que militancia rimaba con resistencia (p. 148).

he conocido una generación de hombres que nunca fueron capaces de confesar su fragilidad o, más exactamente, su cansancio ante los roles que debían asumir (p. 170).

los hombres que amé fueron todos patriarcas vulnerables, hombres asustados ante una mujer que ya no se parecía a sus madres y que por consiguiente no reconocían, no conocían (p. 171). 

el amor era un imposible, una trampa mortal para las mujeres (p. 176).

preguntarme cómo las mujeres iban a reinventarse su lugar en el amor (p. 176).

este feminismo antes del feminismo, es decir, todas estas mujeres que nos abrieron camino, todas aquellas que permitieron que nuestras voces salieran de un largo, demasiado largo exilio (p. 189).

Vengo de una familia que leía y sé que esto me sitúa como una mujer privilegiada (p. 189).

la liberación de las mujeres pasa por una firme conviccion que se tiene que concretar en la acción, en la escritura, en la palabra (p. 191). 

el valor de la vida lenta es uno de los privilegios de la vejez (p. 196).

No sé si hay una edad razonable para pensionarse, pero uno debe tener ese derecho de proyectarse en otra vida, una vida lenta que le permita mirar el mundo sin precipitación (p. 196).

ese derecho a una pereza pensada (p. 196)

Fragmentos de vida. Ochenta años tejiendo recuerdos
Florence Thomas
Editorial Debate
Bogotá
abril de 2024
200 páginas

jueves, 2 de mayo de 2024

Los sexualizadores, de Carlos Mario Vallejo

"Los sexualizadores", la primera novela del manizaleño Carlos Mario Vallejo, es una obra que desde las primeras páginas plantea lo que va a ocurrir: un narrador en segunda persona (te) cuenta que todos los seres humanos nacen bisexuales y que la homosexualidad y la heterosexualidad son conductas aprendidas que se pueden desaprender. El héroe fracasado de esta novela se propone entonces una campaña cívica sexualizadora de desaprendizaje drástico: raptar a una rectora, un sacerdote y un profesor para obligarlos a aprenderse un decálago antietiquetas y a tener sexo con alguien opuesto al de su conducta aprendida para que aprendan que las homofobias y heterofobias hacen daño.

Esa es, en resumen, la historia que se anuncia desde el comienzo. La novedad está en cómo se desarrolla esta historia inverosímil y para ello el autor acude a varios recursos: narrar en segunda persona, que es una forma escasa dentro de la literatura no epistolar (el referente manido siempre es "Aura" de Carlos Fuentes); ubicar la trama en Manizales en distintas épocas, que abarcan desde los 90 hasta la segunda década del siglo XXI; incluir numerosas referencias de marcas, programas de televisión, videojuegos, canciones y otros sellos icónicos de la cultura popular, y estructurar la novela en 33 capítulos cortos, escritos cada uno con un título y una extensión como de crónica periodística. En estos capítulos-crónicas se notan las huellas del oficio periodístico del autor, quien trabajó en Q´Hubo y La Patria, y de hecho algunos estos textos podrían leerse de manera autónoma, con sentido completo.

El escritor pereirano Rigoberto Gil Montoya dice que Manizales es una ciudad muy narrada en la literatura y "Los sexualizadores" viene a sumarse a esa tradición: la historia se ubica en Villa Carmenza, un barrio de estrato tres, como lo remarca el narrador, pero aparecen también referentes inconfundibles de la ciudad: El Cable, la bolera del Multicentro Estrella, el Estadio Palogrande y el Once Caldas, La Galería, el Banco de la República, Palermo, ek Bosque Popular el Prado y el Parque de La Estrella, entre otros.

Esta obra, ganadora del Primer Concurso Nacional de Novela "Jaime Echeverri", también rinde entre líneas un homenaje a Orlando Sierra Hernández y a Bernardo Arias Trujillo, dos escritores que fallecieron muy tempranamente en Manizales, pero estos homenajes literarios están lejos del tono de la erudición. Al contrario: la novela está narrada en un lenguaje juvenil y popular, de jóvenes que consumen drogas de manera cotidiana y así, además de la campaña de sexualización, el texto parece proponer también una campaña de normalización del consumo recreativo.

Aunque le pregunté al autor si es lector de cómic o si el cómic influyó en su obra y me dijo que no, la novela sí me dejó una sensación de haber recorrido un cómic: es una historia oscura, aunque contada con liviandad, con personajes bidimensionales y planos y con escenas fragmentadas y breves en las que prima la acción. Ya que Carlos Mario no lee cómic sería interesante que algún ilustrador leyera "Los sexualizadores": acá puede haber una novela gráfica.


Algunos subrayados 

la consumación del proyecto: sexualizar a tres discrimina- dores que dejaron ruina moral a su paso, con o sin culpa, sutil o duramente (p. 11)

La tesis: el homosexualismo y el heterosexualismo no exis- ten, son ficciones de la cultura impuesta. No existe eso de la orientación sexual. Todo depende del encuentro con la persona indicada (p. 12).

A ti te parecía bonito Julián, pero te habían dicho que tal palabra no se podía decir de otro niño. Nunca congeniaste con esta ley pero la acataste para armoni- zar con la vida corriente. La verdad era que, de los tres, solo lo imaginabas a él bajo el chorro de la ducha (p. 17).

Tío Evaristo se había desempeñado allí como  indigente, luego pasó a comerciante de zapatos, con lo que juntó algunos billetes, y luego le salió la opción de venta de libros, hasta desembocar en el emprendimien- to narco. (p. 26)

Manizales era una ciudad intermedia que alguna vez estuvo entre las más prósperas del país a base de men- jurjes bursátiles (producción y tráfico de café), pero se había convertido en una urbe mediana y de un elitismo apacible que daba risa y rabia, dependiendo del clima (p. 28)

creías que te gustaría escribir, aunque lo que te llamaba la atención era ver tu nombre impreso bajo un título, o leer cosas ajenas y atribuirte la autoría (p. 31).

hoy discriminan palabras por rebuscadas, mañana van a seguir con las ideas y terminarán segregando personas (p. 39)

Opinabas que las personas mayores obraban mal por dos cosas: les pegaban a los hijos y rechazaban propuestas placenteras (p. 50)

Te gustaba la poética de Orlando Sierra, el pe- riodista asesinado, según la cual a Manizales le crece en las noches de invierno una luna lánguida, torpe y cabeceante como un celador viejo (p. 51)

el que es feo también es un suertudo porque ya sabe que si le agrada a alguien es por otra cosa, no solo lo físico (p. 66). 

a las historias de la gente de Manizales les faltaban cosas duras que les sobraban a las de Medellín.(P. 79 )

cultura impuesta, cuna de violencias y calabozos morales. No más instancias a salir del clóset, una de las nuevas violencias: no hay que salir de nada, hay que invitar a pasar. En los tiempos que corren debemos poder andar de tumbo en tumbo en tantos closets como nos sea posible, cuidándonos, eso sí, del atrincheramiento.(p. 84)

—Eso de la homosexualidad o la heterosexualidad no existe, padre. Usted mismo no puede decir que es ho- mosexual. Nadie puede decir que es nada. Todo depende de encontrar la persona indicada. No existe algo como la orientación sexual (p. 126)

El amor posesivo es lo único que sirve. Los celos tuestan, pero amor demuestran (p. 148)

Los sexualizadores
Carlos Mario Vallejo Trujillo
Editorial Escarabajo
Bogotá
abril de 2024
152 páginas