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sábado, 11 de mayo de 2024

Grávido río, de Ignacio Piedrahíta Arroyave

"Soy un grávido río" es un poema de José Eustasio Rivera que no sólo le da título a este libro sino que además le sirve al autor para cerrar este libro-viaje, que parte desde Medellín hasta San Agustín y luego asciende lentamente, siguiendo el Magdalena, hasta Magangué, para luego regresar a casa.

El libro está estructurado en siete partes y cada una corresponde a un hito del viaje: Medellín-Huila; San Agustín; el Desierto de la Tatacoa; Armero, Líbano, Murillo y el Nevado del Ruiz; Puerto Berrío; El Banco, y Mompox. 

A diferencia de Al oído de la cordillera, en Grávido río Ignacio Piedrahíta no coquetea con la ficción y tampoco esboza personajes. Se trata de una especie de bitácora de viaje en la que el autor intenta seguir el curso del Magdalena, aunque como él mismo lo dice "El Magdalena no solo es el río, es todos los ríos y lagunas que lo alimentan. Es incluso el agua que llueve y lentamente va a dar a él". Por eso, siguiendo el curso del Río Lagunilla que desemboca en el Magdalena, llega hasta el Nevado del Ruiz, cuyas aguas también van a dar al caudal del gran río.

"Grávido río" fue publicado en 2019 y en 2020 Wade Davis publicó "Magdalena". Si bien ambos libros comparten no solo el río que los estructura, sino también una división en capítulos determinada por las estaciones del viaje, que en algunos casos también coinciden, se trata de dos obras de tono distinto: la de Wade Davis es más cercana a la crónica, involucra voces de las regiones y tiene una mirada más abierta y dialogante. En contraste, "Grávido río" es un viaje interior en el que el autor dialoga en primer lugar consigo mismo y también con sus propias lecturas: los filósofos presocráticos, los autores que han escrito sobre ríos y sobre naturaleza y el sedimento que le queda de su formación como geólogo. El resultado es un libro intimista con un tono sosegado y singular, que muestra a un hombre solitario que viaja, observa y escucha. Su mirada no es invasiva ni protagónica, sino discreta y silenciosa. Se parece al Río Magdalena cuando pasa por Mompox, que aunque es potente no se siente correr.

El libro, además de hermoso, está bellamente editado. El texto incluye fotografías en blanco y negro tomadas por el autor y su diseño y la calidad de impresión permiten una lectura tranquila, que se acompasa al tono de la voz de quien narra. 

Algunos subrayados

Una mañana cualquiera la lluvia cesó, como si un dios hubiera cerrado de repente su enorme puño (p.27).

A menudo basta con que el tono de voz sea el adecuado para que una idea tome la fuerza necesaria para convencernos (p. 67).

Así pensaba Heráclito cuando decía que "los ojos son testigos más exactos que los oídos" (p. 72).

Los volcanes colombianos no son fotogénicos como los de Hawái, por ejemplo, que expulsan lava como miel derramada. O como los de Islandia, que hierven durante varios días o semanas mientras las cámaras les hacen impresionantes tomas nocturnas. Nuestros volcanes son sagaces e implacables. Permanecen agazapados a grandes alguras, donde un mando blanco de nieve les da una apariencia de mansedumbre. Y, mientras tanto, como aquel que prepara largamente un gran golpe, van reuniendo la fuerza necesaria para estallar (p. 85). 

Poco a poco comenzó a despejarse la cumbre irregular del Ruiz y pude ver la nieve. Era difícil concebir que en su interior hubiera tanto poder, que bajo su helado casco la roca estuviera ardiendo (p. 98).

Los volcanes son, como intuía Humboldt, una expresión de las profundas costuras de la Tierra. Al dibujar las suturas de las placas tectónicas en un mapamundi, el planeta luce como un balón viejo y zurcido. Los volcanes son las puntadas de esas costuras. La más larga de ellas se conoce como el Anillo de fuego del Pacífico, y tiene la forma de una sortija que circunda el océano. Comienza en el sur de Chile, sube por el costado occidental de las Américas hasta las islas Aleutianas en el sur de Alaska, allí tuerce a la izquierda hasta las Kuriles en la península de Kamchatka, y luego sigue por Japón, las Marianas y detrás de las Filipinas y, más al sur, sobre las islas en forma de arco de Indonesia, donde quiebra al oriente para cruzar por Nueva Guinea y finalmente Tonga y Nueva Zelanda, islas ubicadas justo al frente -aunque a miles de kilómetros- de las costas del sur de Chile, donde comenzó. 
El Ruiz hace parte de ese anillo de fuego. Estar allí y recordar sus erupciones era asistir al más viejo ritual de la Tierra (p. 103).

Los pescadores del Magdalena toman su pesca no tanto del mismo río como de sus ciénagas. Es allí donde crecen los peces, que luego salen al cauce principal y lo remontan en un ritual anual conocido como "subienda". (p. 136).

cerca del agua el mundo tiende a la belleza (p. 136).

El Magdalena no solo es el río, es todos los ríos y lagunas que lo alimentan. Es incluso el agua que llueve y lentamente va a dar a él (p. 138).

Muchos de los muertos de esos treinta años fueron arrojados al río, haciendo triste honor a esas palabras de Gastón Bachelard de que el agua no solo es la tumba del fuego, sino que también puede ser la tumba de los hombres (p. 145)

Aún cuando uno quisiera permanecer inmóvil en la sala de su casa, de todos modos estará viajando, porque el tiempo es inexorable (p. 147).

Mientras el hombre multiplica sus tareas buscando la cumbre del éxito, los ríos se dan a la aventura del descenso (p. 155).

Un champán podía ganar hasta cuarenta kilómetros de recorrido en el sentido de la corriente, pero solo alrededor de quince remontando el río. De modo que la ruta de mompox hasta Honda podía tomar más de tres meses, y la mitad del tiempo en sentido contrario, bajando (p. 159).



Grávido río
Ignacio Piedrahíta Arroyave
Editorial Eafit
Medellín
Agosto de 2019
186 páginas

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