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domingo, 30 de octubre de 2016
Qué raro que me llame Federico, de Yolanda Reyes
Que raro que me llame Federico narra una historia sencilla, repetida hasta la saciedad, que por alguna razón había estado ausente de nuestra literatura más reciente: una española viene a Colombia para adoptar un niño, se lo lleva y el niño crece allá. Luego el niño, convertido en joven adulto, quiere regresar a su país de origen para buscar las raíces perdidas de su infancia.
Eso es todo. Pero en esa síntesis hay mucho dolor y también mucho amor: el de Belén, la editora que intenta quedar embarazada y luego decide adoptar, y el de Federico, llamado así por su nueva madre, pues el nombre de Freddy que tuvo hasta los cinco años a ella no le gustó y se lo cambia por Federico, inspirada en el verso "Qué raro que me llame Federico", de García Lorca.
Es entonces una novela sobre la maternidad y la familia, pero también sobre la adaptación a otros mundos: el de acá y el de allá, el de vivir sola y vivir con un hijo, el de convivir en el presente con un pasado brumoso, el de comunicarse a partir de lenguajes distintos.
Yolanda Reyes aborda la historia con una prosa limpia, sin artificios, en una narración a dos voces. La novela esta dividida en tres partes y cada una está compuesta por capítulos breves que tienen dos componentes: la vida de Belén, contada en tercera persona y en orden cronológico, desde su pasado profesional hasta hoy, y la de Federico, contada por él mismo a partir del momento presente.
El libro plantea inquietudes sobre el lenguaje (el español de Colombia no es el de España), sobre los nuevos modelos de familia y sobre la forma en la que acogemos a los que nos son diferentes. Pero por encima de eso, es una novela sobre los desgarramientos y sus huellas: el del parto, el de un niño que es separado de su madre biológica y el de un joven fotógrafo que decide separarse de lo que es, para intentar unirse a lo que alguna vez fue. Sin duda, un libro hermoso.
Algunas frases:
"leía otro manuscrito para primerísimos lectores basado en las mismas fórmulas del disparate: qué pasaría si la cama fuera un barco, ¿acaso no había ya nada nuevo que escribir?
"Se podría hacer un doctorado en rejas bogotanas: historia de las rejas, arquitectura de las rejas, semiótica de las rejas, las rejas en el tiempo, de la Colonia a nuestros días".
"que un hijo no es un trofeo ni una mercancía, que no resuelve problemas de pareja ni llena los vacíos de otras pérdidas".
"En esta casa no hay padre; hay familias de familias y algunas están formadas por una madre y un niño, nada más, como la nuestra".
"No más, basta de esfuerzos: se sintió tranquila con su frase, no puedo más. Punto final. Una opción es tener hijos y otra opción es no tenerlos y ya está. Pero la máquina de su cabeza no paraba y las ideas y los latidos seguían peleando, bullendo, resistiendo".
"las mamás necesitan creer siempre, pase lo que pase, ese es un punto que se repite en las historias: la necesidad de las mamás de creer, incluso cuando saben que es mentira".
"El niño, ella y el libro, en triángulo amoroso".
"Yo quería encontrar mi casa. Significaba mucho menos que un país, pero significaba mucho más: mi casa".
"—Nunca me había imaginado así a Bogotá.
—¿Así cómo?
—No sé. Tan parecida a todas las ciudades".
"—¿Cómo le voy a quitar su nombre?, ¿cómo voy a decidir por él?
—Eso es lo que hacemos: decidir por ellos todo el tiempo".
"¿Los bebés adoptados toman leche?
Claro que toman leche. Todos los bebés toman leche.
¿De dónde sacan la leche los bebés adoptados?
Del tarro de la leche.
"Dos corazones rotos: el de mi madre, por no haberme tenido entre sus tripas. Y el mío, por no haber nacido de las suyas. Dos dolores que se encuentran. Será dolor lo que nos une".
Qué raro que me llame Federico
Yolanda Reyes
Editorial Alfaguara
Bogotá, 2016
199 páginas
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