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domingo, 7 de julio de 2024

El velo que cubre la piedra, de Ignacio Piedrahíta Arroyave

"Las narrativas contemplativas de Piedrahíta" es como denomina Daniel Jiménez Quiroz a ese estilo del geólogo-escritor Ignacio Piedrahíta Arroyave en la segunda edición de El velo que cubre la piedra, un libro que reune 28 textos cortos a medio camino entre el relato, la crónica y la columna, en los que el autor camina, observa y reflexiona sobre lo que ve.

Este volumen recoge textos escritos en distintas épocas y de extensión variable: hay una caminata a un cerro de Medellín, una toma de Yagé, un viaje de cinco días en un barco de la Armada colombiana, una historia sobre la Patagonia argentina, otra sobre la conquista del Polo Sur, varias sobre Nueva York, una de un documental sobre un esquimal del Polo Norte... Todos los temas pueden caber en la curiosidad del autor. Todos los sitios pueden convertirse en motivo de escritura. Es su mirada, aguda y reposada, lejana a la coyuntura, lo que le da a estos textos una especie de solidéz geológica, de imperturbable vigencia, lejana a la actualidad.

El libro viene acompañado de un conjunto de ilustraciones, a manera de cómic sin texto, que acompañan y complementan algunas de las historias del libro. La autora de las imágenes a color es Yapi, nacida en Itaguí.

Algunos subrayados
es una de esas personas que aprendió a hacer de la humildad la mejor de las armas para sobrevivir (p. 27).

En la vida todo es mezcla y combinación, quen busca la pureza se decepciona (p. 27).

Antes de que las culturas pudieran ponerse de acuerdo a través del teléfono roto de la globalización, todas consideraban al oro como una de sus posesiones más valiosas (p. 50).

El oro, como muchas cosas bellas, se obtiene a través de un proceso sucio (p. 51).

Pero hay uno en especial que hace cambiar la manera cómo percibimos el cielo, el SO2, dióxido de azufre, que al mezclarse con vapor de agua va a formar diminutas gotas de ácido sulfúrico. De ahí que los amaneceres y los atardeceres se vean empañados y amarillos (p. 58). 

Lo mejor de navegar es que, una vez se zarpa, los problemas de la vida corriente quedan en tierra firme (p. 72). 

En un bargo, hasta el capitán se puede marear, pero nunca el cocinero (p. 77). 

(Pitágoras citado por Ovidio:) La tierra es un ser vivo y tiene pulmones que por mil respiraderos exhalan fuego (p. 80).

La mayoría de los que se dedican a la pluma se desahogan escribiendo en las redes sociales y columnas de opinión, desde donde se atrincheran y disparan con incuria (p. 125).

Nombrar el paisaje es uno de los mayores placeres de un paseo por el campo. Decir ahí va un azulejo o, están florecidos los samanes, o, ya más selvático que campestre, se escucha a lo lejos el cascabel de la serpiente; qué bello y qué agradable y, a medida que pasa el tiempo, qué nostálgico (p. 145). 

La roca es afuera y adentro y en todas direcciones, en cualquiera de sus infinitas caras se halla uno un ambiente, una atmósfera del pasado remoto (p. 147). 

Resnick era un escéptico del éxito del artista. Concebía el proceso creativo como un movimiento oscilatorio de altos y bajos. Cuando el artista estaba en su mejor momento, era dado a pensar que cualquier cosa que hiciera estaba bien. Entonces empezaría a caer, y solo si era honesto se daría cuenta de ello y reuniría fuerzas para escalar de nuevo. Ese, según él, era el momento de verdadero crecimiento. Para seguir creciendo a lo largo de toda una carrera había que estar dispuesto a volver a hundirse. En el momento en el que un artista aprendía alguna técnica personal para evitar esa caída, habría cesado su progreso, se habría estancado (p. 188).

Girando vanidosamente sobre sí misma, la Tierra se va bronceando por partes a lo largo del año (p. 205). 

el arte de escribir está plagado de espíritus vagabundos, de mentes erráticas incapaces de efectuar la más mínima tarea ajena a la confección de su obra (p. 215).

El empleo, para quien es obsesivo por su obra, no es más que una circunstancia cruel. No solo le quita sus horas más fructuosas sino que le priva de fisgonear la vida a la hora que le venga en gana. Y, lo peor, le autoriza falsas expectativas sobre la vida, diciéndole, con su cheque mensual, que es alguien en el mundo (p. 217).

Maestro en el arte de pedir dinero fue Miller, quien aconsejaba el matrimonio a quien deseara tener con qué respaldar la solicitud de un crédito (p. 217). 

El artista es el único empleado que gana más viendo trabajar que trabajando (p. 218). 

 
El velo que cubre la piedra
Ignacio Piedrahíta Arroyave
Yaneth Pineda (Yapi): ilustraciones
Comfama y Metro de Medellín, colección Palabras Rodantes
Medellín
Octubre de 2023
230 páginas


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