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viernes, 22 de diciembre de 2023

Diemer vs. Trommsdorf, de Mauricio Montenegro

En 2020, en el año de la pandemia, fui uno de los tres jurados que elegimos de manera unánime y sin dudas la obra "Diemer vs. Trommsdorf" como ganadora del Premio Nacional de Novela Inédita del Ministerio de Cultura. En ese entonces leí la novela en pdf, en una pantalla de computador y ahora, tres años después, la leí como debe ser: en papel, en formato de libro, editada por Seix Barral, y otra vez volvió a gustarme mucho.

Es una obra escrita por un colombiano pero ese es un dato que no trasciende a las páginas: la historia, basada en un personaje real, está contada en dos planos narrativos, desde un presente en París en el que Diemer compite en una partida de ajedrez contra Trommsdorf, y unos flashback que lo llevan a la Segunda Guerra Mundial, en donde él, sin ser una figura determinante dentro del Partido Nazi, sí quedó marcado por las decisiones que tomó durante ese período. 

La novela está atravesada por el ajedrez, pero el juego es una metáfora para una reflexión más profunda: ¿existe el azar? ¿todas las posibles jugadas del destino están previamente determinadas? En ajedrez gana el jugador que sea capaz de adelantarse más pasos a su oponente y adivinar todas las posibles derivaciones de las variables de cada movimiento. Así es la vida, según la visión de algunos, pero en esa visión cuadriculada como un tablero queda poco espacio para la magia. Por eso no es gratuita la aparición del fotograma de la película "F for fake", de 1975, antes de la primera línea de la novela, y una alusión a la grabación de esa escena, en la que aparece un mago sobre un lienzo blanco, al final de la obra. 

El azar, la previsión del futuro, el lastre del pasado y la imposibilidad de cambiar las decisiones tomadas, como tampoco se pueden cambiar las malas jugadas, son los hilos con los que se teje esta gran novela.

Algunos subrayados 

Viste con una sobriedad que es más producto de la indolencia que de la vanidad (p. 10).

tan tranquilo como si conociera el futuro (p. 14).

Americanos, ahora había americanos por todo Europa, desde el final de la guerra, paseando por las ciudades y exhibiendo un insoportable orgullo (p. 24).

un jugador inteligente sabe cuándo es inevitable, y lo inevitable no tiene ya ninguna belleza. No hay arte en la acción, que es apenas un trámite, el arte, el genio, está en la disposición de las posibilidades, en la proyección de las alternativas. El ajedrez es esta permanente condensación del pasado y del futuro en un solo momento. Cada partida es una cápsula de tiempo (p. 27).

Si ha dedicado su vida al ajedrez es precisamente porque le brinda esa sensación de seguridad que implica tener el control sobre las piezas, sobre su posición y sus posibilidades. El control sobre lo que pasa, pero también sobre lo que puede pasar. De algún modo, el ajedrez hace suponer que uno puede preverlo todo, planearlo, controlarlo todo, y es así como niega no solo el azar, sino también la emoción y la duda. Es el imperio de la razón y del cálculo. Aunque, en el fondo, de un modo mucho más sutil, es también el imperio de la superstición (p. 43).

A veces pienso que la supervivencia no significa nada, también sobreviven las vacas marinas (p. 72).

Se trata de estar siempre un par de jugadas por delante del rival, de adelantarse y de usar esa ventaja para ganar, como un viajero del tiempo que mira con condescendencia a los habitantes del pasado, ignorantes de su destino (p. 79).

ser joven es sobre todo estar preocupado por una clasificación constante de sí mismo y de los otros. Los significacods de las cosas no importan más que por su probable clasificación. Clasificar, ordenar y ubicarse en esos conjuntos arbitrarios constituye la principal preocupación de la juventud. Ser adulto es abandonar esa pretensión (p. 98).

Siempre ha considerado una victoria secreta que los demás propongan lo que él efectivamente espera (p. 101).

Tal vez todos los juegos estén diseñados para enseñarnos a enfrentar la derrota (p. 102). 

para ti, el mundo era como un lienzo en blanco, mientras yo he querido siempre que sea como un tablero (p. 106).

su búsqueda de un código secreto no era más que la negación desesperada del azar (p. 116).

Jugar ajedrez es controlar, por un momento, el caos que está en su núcleo (p. 117). 


Diemer vs. Trommsdorf
Mauricio Montenegro
Editorial Planeta
Bogotá, 2021
118 páginas


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