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lunes, 10 de octubre de 2022

Cartas abiertas, de Juan Esteban Constaín


Marcelino Quijano y Quadra es un payanés que desde niño tuvo gustos de viejo: su pijama infantil fue una bata de seda que mandó confeccionar por muestra de una que vio en una revista; coleccionaba recortes de periódicos viejos, era muy lector, jugaba ajedrez y cartas, en vez de deportes de contacto, y en general prefería la vida que leía en vez de la vida de las calles.

Juan Esteban Constaín explica que el nombre de este protagonista nació de otro Marcelino: un cartero de una provincia argentina al que le allanaron la casa buscando drogas y la policía encontró miles de cartgas abiertas para leerle a su suegra ciega, aficionada a las novelas. Un amigo le envió a Juan Esteban el recorte de prensa con esta noticia insólita, y aunque él escribió una columna en El Tiempo sobre el tema, sintió que en esa historia había quizás una novela, que años después se convirtió en Cartas abiertas, una obra en la que Marcelino es "un ladrón de cartas que, así descubría los destinos ajenos, para desviarlos con su mano providencial y hacerlos mejores y más felices, a veces, solo cuando se podía, en eso consiste el destino".

La novela está dividida en 12 capítulos. Los primeros son una especie de sucesión de aventuras, en la que los capítulos podrían titularse "Marcelino y el cura perverso", "Marcelino y los nazis" o "Marcelino en la posada solitaria", y así, uno por cada carta abierta, que lo embarca en un proyecto distinto. La segunda parte se concentra en una empresa de más largo aliento: el armisticio entre el Reino de Bélgica y el Estado Soberano de Boyacá, luego de una guerra declarada en el siglo XIX y que duró más de 120 años.

La novela ofrece un juego entre ficción y realidad, entre lo que es invención y los hechos históricos. "La literatura suele ser mejor que la historia, porque en ella todo es verdad, basta contarlo" y para ello el texto refuerza su verosimilitud con recursos como recortes de prensa y fotos, que buscan darle fuerza histórica y documental al disparatado relato. 

Constaín utiliza un narrador muy invisible, que solo aparece un poco al final, y quien cuenta sin proponerse ser chistoso, hechos divertidos y risibles porque rayan con el ridículo. Ese tono contrasta con la atmósfera anacrónica, solemne, erudita y ceremoniosa, en la que el autor rinde homenaje a personajes como Alvaro Mutis, Nicolás Gómez Dávila, José Fernando Calle, Santiago Mutis Durán, Juan Gustavo Cobo Borda y otros señores viejos o fallecidos, por los que el autor siente particular fascinación y cariño. La presencia femenina, en contraste, es espectral: la única mujer con algo de protagonismo en el relato es Karina Garabundo, una argentina rica que se convierte en mentora de Marcelino Quijano y Quadra y muere poco tiempo después. Una mujer ciega. 


Algunas frases
Dos mujeres que tomaban vino al lado me sonrieron, yo las saludé a ellas; eran tan feas que temí por mi vida, la suya ya no tenía salvación. (p. 19).

Me decía que estaba cansada de viajar, que uno ve solo lo que quiere ver y para eso no se necesita salir de la casa... Le respondí que uno viaja es para eso, para no salir jamás de su casa; para extrañarla y querer volver cada día más, agotado del mundo. (p. 22). 

La nostalgia es que nos dé tristeza acordarnos de una alegría (p. 22).

La verdad, nacie es culpable de ser lo que es. (p. 35).

Todos cargamos en nuestra espalda, me dijo, con recuerdos que nos habría gustado no tener, no haberlos engendrado nunca. (p. 35).

En silencio, esas son las conversaciones más importantes de un matrimonio feliz. (p. 37).

El olor del tiempo: nada huele más que el tiempo (p. 65).

La fe es un acto de fe en la fe (p. 85).

Eso pasa un día cuando crecen nuestros hijos, que se vuelven nuestros contemporáneos (p. 86).

(Sobre Francia:) Esa antipatía que en ese país es un talento (p. 103).

Es la mejor forma de conocer el alma de la gente: ver los libros que cada cual tiene y ver también cómo trata cada quien a los humildes, ahí está dicho todo (p. 106).

De una u otra forma todos en algún momento de nuestra vida pertenecemos a una minoría, eso somos (p. 113).

Uno puede sobrevivirlo todo, pero nadie sobrevive al ridículo (p. 115).

A veces pasa así: que basta una mirada, basta una palabra, basta un gesto y ya sabemos cómo es y será esa persona a la que tenemos delante, sin conocerla siquiera, pero un instante nos revela su alma, nos une con ella para toda la vida (p. 122).

Había ganado, aunque nadie gana en la guerra (p. 135).

No hay nunca un plan descabellado ni absurdo ni malo ni nada, todo puede suceder si uno se lo propone. Pero hay que mantener la calma: que no se vean jamás las costuras de lo que urdimos, porque entonces se muere la magia, quedamos al descubierto (p. 146).

Las tragedias de la gente no se pueden comparar ni jerarquizar ni matizar porque para cada quien su tragedia es única y tiene un valor absoluto; eso es lo que las vuelve una tragedia, justo eso, su condición aplastante, devastadora, para el que la lleva a cuestas (p. 149).

Eso era lo otro: que en este mundo la gente se junta, que uno no puede hacer nunca nada bueno con gente normal. Esa era su premisa, trabajar y vivir solo con gente distinta (p. 158).

Nada podía ser normal; nada lo es, por eso lo mejor es estar cerca solo de quien tiene eso clarísimo (p. 158). 

La literatura suele ser mejor que la historia, porque en ella todo es verdad, basta contarlo (p. 177).

La historia, si uno prescinde de sus aspiraciones científicas, suele parecer un milagro (p. 236).

Creer hace posible que aquello en lo que creemos ocurra, la fe es un acto de fe en la fe (p. 243).

No había mejor mapa para visitar los sitios que los libros antiguos que hablaban de ellos; "nos libran de la plaga del turismo" (p. 251).

La mayor parte de la gente pasa por la vida resignada a sus rutinas, sus miserias, plegada a eso tan mezquino que se suele llamar la realidad (p. 273).

Ninguna muerte es prematura: la muerte ocurre cuando tiene que ocurrir, no antes ni después (p. 277).

Una cosa es la izquierda y otra el Gulag (p. 279).

Nunca se dio lujos ni aires, no presumía, no alardeaba, no humillaba. Y tenía clarísimo que esa era la clave de su éxito, ser anacrónico y discreto (p. 279).

La ficción es la forma más bella y tangible de la realidad (p. 280).

Como buen humorista, era un hombre muy serio (p. 282).


Cartas abiertas
Juan Esteban Constaín
Literatura Random House
Bogotá
Marzo de 2022
288 páginas

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