Soy mamá de una niña de ocho años y con frecuencia percibo disonancia entre el tono con el que algunas personas le hablan a mi hija, como si aún fuera una bebé, y la forma en la que yo converso con ella, cada vez sobre asuntos más variados y densos. Es aún una niña, pero se da cuenta de todo. Ve, comprende, intuye, percibe. A veces le faltan las palabras o no ata todos los cabos, pero sin duda es una persona compleja y consciente de su entorno.
"Los abismos", la novela con la que Pilar Quintana ganó merecidamente el Premio Alfaguara de este año, está narrada por una adulta que cuenta la historia desde la voz que tenía cuando era una niña de la edad de mi hija. La de "Los abismos" se llama Claudia, como su mamá, y es la hija única de un matrimonio en el que el papá vive sumido en silencios y la mamá, mucho menor que él, padece depresión. Se trata de una niña que no dice "mi mamá tiene un amante", pero se da cuenta, o que no dice "mi mamá se va a suicidar" pero lo presiente. La voz de esta niña es quizás uno de los mayores aciertos de esta novela.
No son tantas las obras narrativas contadas desde el punto de vista de las niñas. Al menos no en Colombia, pero quizás ocurra igual en otros países, como coletazo de la escasa circulación de obras escritas por mujeres, en contraste con las escritas por hombres, al menos hasta hace algunos años. En el caso colombiano recuerdo niñas narradoras en "Sabor a mí", de Silvia Galvis; "Memoria por correspondencia", de Emma Reyes; "Cuando aprendí a pensar", de Pilarica Alvear Sanín; "Los dos tiempos", de Elisa Mújica, "Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón", de Albalucía Ángel, y algunos cuentos de Monserrat Ordoñez, como"Una niña mala". Poco más.
Claudia llega a sumarse a este grupo de niñas narradoras. Su voz le aporta a "Los abismos" el desparpajo necesario para contar lo que ve sin filtros ni valoraciones. Es una voz descriptiva, que no hace juicios o digresiones. La narración avanza a partir de las acciones y los diálogos. Pilar Quintana estructura una historia dividida en cuatro partes, en las que son importantes las descripciones de los espacios que habitan sus personajes, y en donde la fuerza narrativa se concentra en datos que se arrojan como pinceladas y que llenan de complejidad la vida aparentemente simple o normal de una familia de clase media en los años 80 en Cali. Una familia normal significa una familia disfuncional, como lo son todas, cada una a su manera.
Además del padre, la madre y la niña, se pasean por esta novela una galería de personajes que, como las fotos que analiza la niña, sirven para retratar un contexto en el que el patriarcado asfixia no solo a las mujeres sino también a los hombres. A ellas les niega la posibilidad de una vida distinta al matrimonio, la maternidad y el hogar (cuando la mamá dice que quiere trabajar el esposo responde que no entiende para qué). A ellos los reduce al rol de proveedores económicos, con nulas posibilidades para la expresión de afectos y miedos.
"Los abismos" es también una novela sobre Cali, sus calles, su clima, su río, sus barrios y su lenguaje. Los diálogos se leen con acento valluno y el paseo del padre y la hija por el zoológico lleno de grandes animales enjaulados, como lo son la madre y el padre, es una caminata en la que el lector siente el calor y la brisa, además de la tensión. Estas fieras encarceladas se complementan con la selva que crece en el apartamento de la familia: una vegetación verde, espesa y enmarañada, como la mente de Claudia.
Los abismos puede leerse como el lado B de La Perra: mientras La Perra cuenta la historia de una mujer que quiere ser madre y no puede, Los abismos se ocupa de mujeres que son madres pero hubieran preferido no serlo. Depresión, soledad, violencia simbólica, suicidio, deseo femenino, códigos sociales y enfermedad mental son algunos de los tópicos que aparecen en esta obra, que en algunos pasajes tiene visos de suspenso y tensión que evocan las obras recientes Samanta Schweblin o Mariana Enríquez. La posibilidad de la muerte súbita aparece en cada página de la novela. Para morir sólo hace falta caer por un abismo. Lanzarse es una opción.
Algunas frases
"Una no puede ir por la vida buscándoles peros a todos los hombres que encuentra porque luego se queda sola" (p. 27)
"Poco a poco el apartamento se fue llenando de plantas hasta convertirse en la selva. Siempre pensé que la selva eran los muertos de mi mamá. Sus muertos renacidos (p. 29).
"Los muertos de mi papá, empecé a pensar, vivían en sus silencios, como ahogados en un mar en calma" (p. 79).
"como si el silencio le chupara el alma y a mi lado no caminara un hombre sino su cáscara" (p. 83).
"Pero adentro de él, junto al huérfano, en el mar de silencio, yo lo sabía, vivía un monstruo" (p. 86).
"él le preguntó si quería tener hijos.
Mi mamá se interrumpió.
–¿Y vos qué le dijiste? –pregunté.
Ella, con vergüenza, desvió los ojos.
–Que no". (p. 138).
"Lo odió. Odió a la nueva esposa. A las personas que encontraban el amor y se casaban, y quiso convertirse en una mujer que no necesitaba de nadie, una abogada implacable, pero mi abuelo no la dejó ir a la universidad" (p. 141).
"Todos mis muertos, pensé. Si los de mi papá estaban en sus silencios y los de mi mamá eran las plantas de la selva, los míos eran las hojas a punto de caerse. Mi abuela niña, mi abuelo amargado, la tía Mona, mi abuelo oso, mi abuela lombriz y cobra, las mujeres de las revistas" (p. 206).
"–¿Será que van a morirse?
–¿Quiénes?
–Los guayacanes.
–Los guayacanes.
–No, tocaya –dijo mi mamá–. Ellos siempre reverdecen" (p. 207).
"–Los abismos dan mucho miedo.
–Son espeluznantes" (p. 211).
Los abismos
Pilar Quintana
Editorial Alfaguara
Bogotá, 2021
256 páginas
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