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lunes, 5 de octubre de 2020

Lo que fue presente, de Héctor Abad Faciolince

"Eugenia: este cuaderno no es tuyo. No lo leas. No contiene secretos; no contiene traiciones reales ni imaginarias. No lo leas. No seas metida, no lo leas. Quita los ojos de aquí. Deja de leerlo en esta misma página". Eso escribe Héctor Abad Faciolince en su diario el 18 de octubre de 2001. Y yo, que ya llevo 510 páginas leídas, desde la primera entrada del 30 de diciembre de 1985, sigo leyendo porque no me llamo Eugenia.

Leer diarios tiene algo culposo. Es un ejercicio voyerista aunque se haga con la anuencia del autor, como en este caso. Escribirlos y publicarlos puede ser un acto de vanidad: pensar que la vida ordinaria en realidad tiene momentos extraordinarios con algún tipo de interés para otros. Pero no es vanidad mostrarse con cicatrices y miserias: un ser humano inseguro, pobre, infiel, mentiroso, paranoico, insensible, machista, impotente, silencioso, aburrido, con incapacidades para escribir, para el sexo y para la alegría.

Es un acierto que estos diarios terminen cuando el editor le dice al autor que publicará El olvido que seremos, porque esa novela lo lanzó a la fama, y supone uno, significó también el fin de las angustias económicas que tanto pesan en tantas páginas de este diario. Como el lector completa la obra del autor, estos diarios publicados se completan entonces con la imagen que el lector tiene del autor desde su vida pública, que es más pública después de la novela sobre el papá asesinado. Ese contraste entre un escritor famoso, exitoso, muy vendido, contrasta fuerte con la de un ser humano que no tiene cómo pagar sus cuentas, que corrige textos de la Andi y que, además, sufre de impotencia sexual con la mujer que desea.

No es un tono lastimero o de víctima. Es un tono sincero: el de la escritura como lugar para narrarse sin máscaras y en descarnada desnudez. En el diario no es "el hijo de" o "el autor de". Es un ser humano con inseguridades que recurre a sus cuadernos cuando las cosas no están bien. La vida que fluye feliz no aparece con tanta intensidad porque cuando está contento el autor se ocupa de vivir, no de escribir. 

Toda lectura es un pretexto, uno en el libro se lee a sí mismo, se refleja", escribe Héctor Abad y yo encuentro en estos diarios varios reflejos que son espejo: el del que quiere escribir pero tiene dudas (y deudas y falta de tiempo); el del amor desmedido por los hijos pero, al mismo tiempo, la culposa sensación de pensar que los hijos quitan tiempo o silencio, y las reflexiones sobre lo doloroso que es el divorcio pero, al mismo tiempo, lo difícil que resulta vivir en pareja después del tiempo del enamoramiento. Y también lo extraña que es la compañía de la familia, y lo sabroso que es caminar y perderse por ciudades nuevas, y la necesidad de soledad para poder pensar, pero, al mismo tiempo, la necesidad de tener alguien para compartir lo que se piensa. 

En fin, son 21 años de diarios y más de 600 páginas. Seguro que ustedes encuentran otro tipo de reflejos en esta lectura desigual, como la vida. 

Algunas frases:

"Para escribir necesito estar solo. "Escribir es hablar sin que a uno lo interrumpan", leí en alguna parte. Y basta una mirada para interrumpir el pensamiento y empezar a pensar en la mirada" (p. 20).

"El pensamiento es un caballo salvaje, loco, cerrero; la escritura es una forma de domarlo" (p. 23).

"Tener un hijo envejece" (p. 31).

"La religión dominical. Buena definición para el catolicismo. De lunes a sábado capitalismo, comunismo, sensualismo, armamentismo, mafia, cualquier otra cosa. La religión del viernes, islam; la religión del sábado, judaísmo. La religión del lunes, capitalismo" (p. 33).

"Dios es la más pura imaginación del hombre: lo más grande y lo más perfecto que no existe o existe solo en la fantasía nuestra, que es una manera privilegiada y muy real de existir" (p. 34).

"Quiero leer y leer y leer. Toda la vida, todo el tiempo, y lo que me dé la gana (¡todo!) solamente lo que me dé la gana. Retirarme, jubilarme, tener una casa sin polvo y ordenada a lo mejor en el campo. Y que las visitas vengan solo de vez en cuando, que no molesten tanto las visitas. Para poder leer y leer y no hacer otra cosa que leer" (p. 43.)

"Gente que no te llama, sino que te autoriza para que la llames: si estás mal, si necesitas algo..." (p. 68).

"Cuando estoy feliz, no escribo" (p. 79).

"Las palabras dichas repelen, excluyen a las palabras escritas. Las gastan. Mi lenguaje tiene fuerza solamente para una vez" (p. 84).

"Pero peor estaba Cervantes en los baños de Argel. Y escribió el Quijote después de los cincuenta, con una mano inútil" (p. 85).

"Leo, releo, logro adaptarme a libros prestados (¿ves?, algo aprendes), yo, que siempre quise comprar los libros que leía para poder rayarlos, guardarlos, releerlos. He descubierto a Simenon, vuelvo a Rulfo (p. 86).

"Pienso en la posición de mis manos dentro del ataúd" (p. 90).

"Creo que no quiero ser doctor. Si me vuelvo doctor, la academia será mi destino. Leo lo que quiero y no lo que debo" (p. 94).

"Yo no escribo para celebrar mis orgasmos, sino para conjurar mis impotencias. No me gusta el exhibicionismo de la danza de la victoria, sino el tímido rito propiciatorio que precede a la batalla. El dolor expiatorio que sigue a la derrota. Los rituales de purificación" (p. 97).

"Mi forma de amar es la añoranza, el deseo. La presencia, el otro, me importan menos, me alejan" (p. 98).

"A los hijos, si los queremos buenos, tenemos que hacerlos felices. La felicidad educa a la bondad" (p. 102).

"Este es el único sentido que le he encontrado al sufrimiento, a las tragedias: te da la dimensión exacta de los contratiempos. No hay que temer ningún contratiempo; solo hay que temer tragedias. Vivir con serenidad, casi con alegría, todo contratiempo, porque son parte de la vida feliz" (p. 114).

"Tener hijos es la condición que más cambia por dentro el carácter de una persona; más que ateos o religiosos, progresistas o reaccionarios, la gente se divide entre aquellos que tienen la experiencia de haber tenido hijos y los que no" (p. 129).

"Lo horrible no es el "yo no tengo quien me quiera". Peor es "yo no tengo a quien querer". La soledad fundamental, la más tremenda" (p. 174).

"¿Los hijos son una interferencia en la vida de un escritor? No, los hijos le hacen entender al escritor cómo es la vida verdadera" (p. 175).

"Si tuviera que definir la actitud de Irene ante lo que hago (que casi siempre es «lo que escribo»), tendría que decir: enfriadora, desestimulante.
Al terminar mi novela dice: «Me quedé empezada, a medias». Y eso es todo lo que dice, después de doscientas cincuenta páginas. Si oyera lo que me dijo Margaret, lo que me dijo Mario Jursich, lo que me dijo Consuelo. Lee un artículo que escribí para una revista: no dice que no le gusta, no lo critica, dice: «No sé esto para una revista...». «¿Y entonces para dónde?» «No sé».
Tener siempre al lado a una persona así, francotiradora de mi oficio, es desastroso, deprimente. Parecemos hechos de sustancias distintas" (Pág 197).

"Talento tiene cualquier imbécil. Lo difícil es encontrar a alguien con la suficiente voluntad como para hacer algo con él" (p. 201).

"pues es cierto que aspiro a esta curiosa obscenidad: durar después de la muerte mediante las huellas de mis letras: que este surco que trazo sobre las hojas sea alguna vez descifrado por ojos curiosos" (p. 223).

"la altiva Manizales, que tantas cosas se cree y no es ninguna de ellas" (p.228).

"No me gustan los poetas. Tienen ese aire, esa altivez de creer que su palabra es la salvación del mundo" (p.243).

"¿Por qué a veces queremos tan poco a las mujeres perfectas? (p. 269).

"Sufro dos idealizaciones de la cultura en la que me levanté: idealizo el arte (la literatura en mi caso) y el amor. Tal vez debería dedicarme a despojar de ese halo ideal a las dos cosas. Pero el entusiasmo se alimenta de un ideal irracional. Si no creo en esas mentiras, en esas dos ilusiones absolutas, la literatura y el amor, pierdo el entusiasmo. Y sin entusiasmo todo es deprimente. Hay que vivir en la ficción del entusiasmo" (p. 344).

"¿No te gustó mi novela? La leíste con sueño" (p. 361).

"pero a veces es inevitable que la franqueza nos suene brusca cuando nos duele un poco" (p. 364).

"un optimismo firme, radical, solo pueden tenerlo quienes hayan conocido a fondo la tristeza y, a pesar de ella, no hayan perdido la confianza". (p. 369).

"los malos libros son indispensables en cualquier biblioteca. Los malos escritores te enseñan a reconocer lo que no debes hacer nunca" (p. 401).

"A mí se me considera superficial porque soy fácil de comprender. Es cierto que muchas ideas profundas son difíciles de comprender. Pero profundidad no es sinónimo de dificultad" (p. 443).

"si uno no se acostumbra a esas molestias (y comete la ingenuidad de separarse) acaba por no aguantarse ni a sí mismo" (p. 468).

"La escritura exige una especie de monogamia absoluta: conmigo y nada más" (p. 488).

"Toda lectura es un pretexto, uno en el libro se lee a sí mismo, se refleja" (p. 494).


Lo que fue presente (Diarios 1985-2006)

Héctor Abad Faciolince

Editorial Alfaguara

2019, Bogotá

610 páginas

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