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viernes, 25 de marzo de 2016

Olfato de perro, de Germán Gaviria Álvarez

Olfato de perro, Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura en 2011, es un libro que en 225 páginas cuenta dos historias: la de Ignacio Madero y la de sus padres. 

En primer lugar aparece Ignacio Madero, profesor de filosofía en una universidad que parece ser la Nacional. Madero tiene 59 años y está seco como un tronco: sin mayores sentimientos, duro y enfermo. Calcula que le queda un año de vida. Vive solo, su hijo está en Australia y casi no tiene comunicación con él, así como tampoco tiene contacto con su madre. Sus días aburridos y monótonos transcurren entre las clases, la burocracia académica y el oficio de conseguirse acompañantes de ocasión. Sus dolores los alivia con ibuprofeno y ron.


La segunda historia es la de los padres de Ignacio: Antonia Madero e Ignacio Ángel. Ella, hija de una familia acomodada de Neira, Caldas, conoce a Ignacio que es un hijo de un bandolero liberal del Llano. Se enamora, huye con él y lo que sigue es una vida de aventuras y penurias, en la época del Bogotazo y el comienzo de La Violencia. La pareja, con cuatro hijas mayores que Ignacio, pasa por Manizales, Sevilla, Valle e Ibagué. Luego recala en el Llano: él buscando riqueza y aventura, y ella buscándolo a él. La reconstrucción de la historia de sus padres motiva al citadino profesor universitario a emprender un viaje al Llano, que se convierte en el punto de quiebre de la novela.

En las primeras páginas del libro, el profesor Ignacio menciona obras como El buscador de oro, de Le Clézio, o Costaguana (el país ficticio de Nostromo) y El corazón de las tinieblas, de Conrad, así como La Vorágine. Las referencias no son gratuitas: Olfato de perro es un doble viaje, el de los padres y luego el del hijo, al corazón de las tinieblas o la Vorágine que son los Llanos. El cómodo profesor, así como la noble señorita que era su madre, se enfrentan con un mundo hostil, extraño, salvaje. Un entorno que los devora.

Más allá de las referencias explícitas del libro, el personaje de Ignacio recuerda a otro protagonista moribundo: Manuel, el personaje de El inquilino de Guido Tamayo. Ambos se refugian en los libros, la lectura, el licor y la compañía ocasional. Se saben enfermos y en el ocaso. Derrotados por la vida y sin grandes aspiraciones. No obstante, la obra de Gaviria tiene un anclaje fuerte con la historia colombiana: desde las guerrillas liberales de los años 50, hasta la guerrilla y los paramilitares del siglo XXI, pasando por los encapuchados de la universidad: todos tienen cabida en sus páginas, que oscilan entre la amargura y la reflexión. Las páginas más memorables, las que giran en torno a la historia de sus padres, son precisamente las que tienen más aventura y menos digresión.

Algunas frases: 

Existe un orden sutil e implacable que divide el mundo de los jóvenes y el de los viejos. Como el de los hombres y el de los animales. 

En las noches bebe ron para calmar esa falta de vida que trae la soledad.

No hay numen, nirvanas ni once mil vírgenes. Y eso, saber que su cuerpo disgregado será de nuevo átomos elementales y volverá al espacio eterno, lo abisma. Como si de un momento a otro tuviera que saltar a un vacío inescrutable e infinito en donde permanecerá vivo soportando la angustia de la eternidad.

Los recuerdos no nos pertenecen, sólo el futuro y el presente que vivimos. Y ahora, pensando, ¿a quién pertenecen los recuerdos? a nadie. Sólo se trata de una entidad llamada pasado que no regresará jamás y los historiadores siempre intentan reconstruir. Y sin embargo nos constituyen.

Uno más en el universo exigente de los libros que merecen no sólo ser leídos, sino ser objeto de una segunda y de una tercera lectura. Incluidos los suyos. Docena y media, para ser exactos. Olvidados por completo. Totalmente absorbidos por la masa informe de la producción académica, anodina, vanidosa, autorreferente, sin repercusión.

Tampoco está dispuesto a descender en la escala evolutiva, ni por cinco minutos, ni a rozar siquiera los nuevos avances de la insignificancia que, a cada paso, salen en la ciudad.

Ignacio no entiende el afán de las personas por escribir su biografía. ¿Por qué mostrar al gran público, por ejemplo, el pasado vergonzoso? ¿Dónde queda la vida privada, dónde el decoro, dónde la pretendida honestidad? Por otro lado, ¿por qué suponer que la vida de alguien es ejemplar?, para Ignacio, sólo es una concepción católica que los escritores no han superado. ¿No es repugnante tanta vanidad?

El perdón es una falacia. Existe comprender una conducta, unos móviles, existe admitirlos o no.

La lección es que tienen que aprender a desconfiar de los paradigmas, pero la enseñanza más importante, dudar del maestro, es la que pocos aprenden.

Comprobar que no hay nada más peligroso para una mujer casada que el antiguo hogar.

Su madre le enseñó que una dama se distingue de una mujer cualquiera porque es de un solo hombre, y si tiene que dominarlo para que cambie y permanezca a su lado, lo hace. Lo malo es que su madre no alcanzó a enseñarle cómo se domina a un hombre.


Germán Gaviria Álvarez
Olfato de perro
Taller de Edición Rocca
Bogotá
2012
225 páginas 


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