La referencia más famosa que existe hoy de El corazón de las tinieblas es la película Apocalypse Now, de Francis Ford Copola, en la que un capitán es enviado a un viaje en río en plena Guerra de Vietnam para rescatar al Coronel Kurtz.
La película de 1979 está basada en este libro de 1902, ambientado en el Congo Belga, el mismo entorno de horror que Mario Vargas Llosa describe en "El sueño del Celta". La diferencia está en que Conrad fue marino, viajó al Congo en 1890 y conoció de primera mano la barbarie a la que eran sometidos los esclavos africanos por parte de los colonizadores belgas, y ese conocimiento es el que sirve como base para esta corta novela.
La obra está dividida en tres partes: en la primera el marinero Charlie Marlow, el narrador, cuenta a varios compañeros de su barco cómo años atrás emprendió un viaje de Londres al Congo, contratado por una empresa mercante. En la segunda parte narra el viaje por el Río Congo, selva adentro, para encontrar a Kurtz, empleado de la empresa que se ha hecho próspero con la explotación de marfil pero al parecer ha enloquecido y se encuentra enfermo. En la tercera parte Marlow narra el viaje de regreso.
El valor del libro, a mi modo de ver, no está en el viaje en sí, sino en el aura de misterio que envuelve todo el relato. Marlow insinúa escenas de horror, pero no es explícito en detalles. Viaja por un río oscuro, misterioso... en cualquier momento el barco se puede hundir porque los troncos lo golpean, pero los troncos no se ven. En la orilla se adivinan ojos de nativos que quizás los quieren atacar o quizás no, los nativos no se ven bien. Se intuyen peligros por los ruidos, por las sombras, pero todo el ambiente es oscuro, brumoso, nocturno y entonces el temor surge de las cosas que se presienten pero no se evidencian.
Kurtz está en El corazón de las tinieblas. La tiniebla es la selva espesa, impenetrable, enigmática. Kurtz llegó hasta allí y conquistó ese corazón. Ahora los nativos lo idolatran. Pero al parecer es la tiniebla la que conquistó a Kurtz, que ahora perdió la razón, está enfermo y finalmente no logra abandonar la jungla. Todo en el relato es simbólico, cargado de metáfora.
Las frases:
"Los marinos llevan, por así decirlo, una vida sedentaria. Sus espíritus permanecen en casa y puede decirse que su hogar -el barco- va siempre con ellos; así como su país, el mar. Un barco es muy parecido a otro y el mar es siempre el mismo".
"Evite usted la irritación más que los rayos solares".
"Sentí que me comenzaba a convertir en algo científicamente interesante".
"Producía una sensación de inquietud. ¡Eso era! Inquietud. No una desconfianza definida, sólo inquietud, nada más. Y no podéis figuraros cuán efectiva puede ser tal... tal... facultad".
"Una salud triunfante en medio de la derrota general de los organismos constituye por sí misma una especie de poder".
"Me parece que estoy tratando de contar un sueño... que estoy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en un rumor de revuelta y rechazo, esa noción de ser capturados por lo increible que es la misma esencia de los sueños".
"Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes".
"Más de una vez tuvo que vadear un poco, con veinte caníbales chapoteando alrededor de él y empujando. Durante el viaje habíamos enganchado una tripulación con algunos de esos muchachos. ¡Excelentes tipos aquellos caníbales! Eran hombres con los que se podía trabajar, y aún hoy les estoy agradecido. Y, después de todo, no se devoraban los unos a los otros en mi presencia; llevaban consigo una provisión de carne de hipopótamo, que una vez podrida hizo llegar a mis narices todo el misterio de la selva".
"Hasta el dolor más agudo puede al fin desahogarse en violencia, aunque por lo general tome la forma de apatía...".
"Ese olvido que es la última palabra de nuestro destino común".
Joseph Conrad
El corazón de las tinieblas
Random House Mondadori
Barcelona
2003 (escrito en 1902)
172 páginas (incluyendo prólogo de Mario Vargas Llosa y Diario del Congo de Joseph Conrad).
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