Eliane Brum es una premiada periodista brasilera que nació en Ijuí, en el estado Río Grande del Sur, al sur de Brasil. Allí creció, estudió, tuvo a su hija y empezó a trabajar como periodista. Durante muchos años se definió como gaucha, esa cultura que comparte territorio con Argentina, Uruguay y Paraguay y que se enorgullece del dominio del hombre sobre el campo abierto. Cuando tenía 30 años empezó a trabajar en una revista de Sao Paulo. Allí vivió 17 años, se casó, habitó un apartamento de clase media y viajó en labores de reportería a distintas zonas de los Brasiles, como ella los llama, en plural.
Alguno de esos viajes la llevó a la Amazonia. Viajó, regresó y cada vez sintió con más fuerza la necesidad de hacer algo más que entrevistas y reportería. Sintió que la emergencia climática, la destrucción de la selva, necesitaba un activismo radicales y por eso en 2017 tomó la decisión de dejarlo todo y radicarse en Altamira, una ciudad de 110.000 en plena selva amazónica. Para llegar desde Sao Paulo hay que tomar 3 vuelos y, como si fuera poco, Altamira ostenta el primer lugar en homicidios en Brasil.
"La Amazonia" cuenta todo esto. Es un testimonio en el que Eliane Brum habla en una contundente primera persona, desde las entrañas. Dice que está en un proceso de forestación: de dejar la blanquitud para integrarse a los pueblos-selva, aunque sabe que por su origen es mucho lo que no puede ver ni entender de los pueblos ribereños, indígenas y de los "más que humanes", como denomina a los animales, en una apuesta política desde el lenguaje por abandonar el antropocentrismo.
La Amazonia habla del racismo, de la amenaza política de personajes como Jair Bolsonaro, pero también de la hipocresía de la izquierda política que defiende un desarrollo sostenible que permite exploración petrolera, carreteras e hidroeléctricas en plena selva amazónica. Eliane Brum denuncia el asesinato de líderes ambientales, la manera como desde el poder central se abandona a la selva a su suerte y su suerte son hombres armados que, con la complicidad de poderes locales, deforestan, desplazan y amenazan. A las quemas de árboles y a los parches deforestados se suman otras zonas de "selva carcaza": territorios que desde el aire se ven verdes, pero que abajo han sido talados a intervalos, para sacar maderas valiosas que supuestamente no se pueden explotar.
Y en medio de tanta violencia y tanta tristeza hay también relatos de resistencia. De re-existencia: los liderazgos ambientales femeninos, los feminismos amazónicos, las investigaciones científicas, la presencia de misioneras que defienden los derechos de los indígenas y los ribereños y las formas organizativas comuntarias, en redes horizontales y colaborativas, que permiten la defensa del territorio.
En Colombia, cuando se habla de la Amazonía, la primera referencia que surge es la del Río Amazonas, o la de Leticia, capital del departamento del Amazonas, a orillas de ese río. No obstante, la Amazonia es mucho más que el río. En Colombia la selva amazónica cubre el 23,3% del territorio colombiano, incluido el marino, y el 42,3% de la parte continental. Es decir: casi la mitad de nuestro territorio continental es amazónico, y el Amazonas es apenas un río que nos toca en la punta sur. Este contexto es importante para comprender el concepto de Amazonía que desarrolla Eliane Brum: una enorme selva tropical que se despliega a través de 436 páginas y sólo en una de ellas, de manera tangencial, se menciona el río Amazonas.
Brum hace un esfuerzo por escribir su libro en lenguaje neutro (otres, nosotres, humanes y no humanes, etc.). No obstante, la traducción al español de España (vosotros, os digo, pensad que...) hace que en muchos pasajes el texto se sienta distante de la calidez narrativa con la que evidentemente fue escrito, en donde las reflexiones constantes sobre el lenguaje y el ejercicio de la escritura constituyen un deleite para el lector.
Algunos subrayados
La Amazonia lo vuelve todo literal. Ya
no puedo ser cartesiana, porque el cuerpo es todo y todo lo
domina. La persona que entra en la selva por primera vez no
sabe qué hacer con las sensaciones que experimenta, con las
partes del cuerpo que ignoraba que tenía y que, de repente,
nunca la abandonarán (p. 10).
Es fácil ahogarse en la escritura. Lo difícil es no hacerlo (p. 11)
A la muerte no le gusta morir
sola. Va muriendo en cadena. La muerte no sufre de agorafobia, le gusta todo el mundo: los peces, los mosquitos, los
árboles, nosotros (p. 12).
La escritura me ancla; las palabras
escritas son la fuerza de gravedad que me sujetan al suelo (p. 16).
Ahora me doy cuenta de que no sé por qué motivo elegí ese camino para contar esta historia. Pero he aprendido
a no desperdiciar ninguna oportunidad para perderme (p. 16).
El
antropólogo o periodista cree que está observando, pero
siempre está siendo observado, y con gran diversión. Somos
los conejillos de indias de estos otros pueblos. Esos para
quienes nosotros, «los blancos», somos los otros (p. 17).
no hay forma de ser blanco y ser bueno en países donde los negros viven peor y mueren primero. A eso lo
llamo «existir violentamente» (p. 19).
La
batalla por la Amazonia no es una lucha por el desarrollo
sostenible. Éste es el término empleado por quienes creen
posible sortear el abismo sin renunciar al sistema capitalista
que nos llevó a él. Es un discurso agradable para que, con
algunos cambios cosméticos, todo pueda proseguir sin alterar radicalmente la desigualdad estructural entre géneros, razas y especies (p. 51).
debería explicar lo que significa para
mí escuchar. En mi opinión es la principal herramienta de
un periodista. Antes de acercarme a otra persona, procuro
vaciarme de mí, de mi visión del mundo, de mis creencias, de
mis prejuicios. Este vaciado no es completo, por supuesto,
porque es imposible abandonar totalmente un cuerpo cultural. Pero es un movimiento fundamental. Es lo que permite
que el relato de otre ocupe mi cuerpo como relato de otre, y
no el relato de otre distorsionado por lo que mis creencias o
prejuicios no me permiten oír. En caso contrario, no puedo
alcanzar esa otra experiencia de existir (p. 62)
La lógica de la destrucción no distingue entre los cuerpos a destruir, selva o mujer. Es un elemento estructural del
sistema que conforma el mundo. Más que cambiar el sistema,
hay que derrocarlo, porque la violencia no es un dato más,
sino la misma estructura que sostiene todo el edificio (p. 64).
En una entrevista que le hice a Eduardo Viveiros de Castro, una de las voces más originales de la antropología contemporánea, me dijo: «Los indios son especialistas en el
fin del mundo, ya que su mundo acabó en el año 1500.» (p. 74).
La escritura es mucho de mucho. Y también es un arma
para oprimir, subyugar, esclavizar y destruir a todos los que
narran la vida oralmente, a través del cuerpo del río, de los
árboles, de las piedras, de los mapas hechos de otra materia (p. 90).
El fracaso es condición
de quien escribe. La vida siempre escapa. La vida desborda,
la vida es más grande (p. 95).
Hacer memoria y evitar que se olvide es una de las misiones más nobles del periodismo
que merece ese nombre (p. 143).
Incluso al leer sobre ella,
la Amazonia tan sólo podía captarse como una experiencia
de los sentidos (p. 195).
Las reuniones del
consejo de redacción estaban salpicadas de jerga corporativa
en inglés, lo que hacía que me sintiera analfabeta hasta que
comprendí que la lengua inglesa era obviamente un instrumento de poder que indicaba la clase de uno. (P. 196).
una ciudad moderna es, por definición, una ruina de la naturaleza (p. 216).
renunciar a la esperanza, una
postura impopular que a menudo se malinterpreta y que
siempre me causa problemas. No, no tengo ninguna esperanza. Y no, no soy infeliz ni feliz. Tampoco soy pesimista ni
optimista. Estas polarizaciones me importan poco (p. 244) la esperanza ha sustituido cada vez más a la felicidad como mercancía (p. 245).
sabemos
que el peor colonizador es el que no sabe que lo es (p. 273).
No creo en el sacrificio. Creo en la elección de perder para
estar con los demás. Pero nunca a través del sacrificio, esa
fábrica de santos que mastica carne para escupir estatuas por
el otro extremo. Creo en los poetas, no en los mártires. (p. 280).
Establecerse en algún
lugar es crear un mapa afectivo (p. 286).
aunque el suicidio sigue siendo un tabú en tiempos de «paz», se convierte en una traición a la especie en un momento en que tantos luchan por seguir vivos. Pero los suicidios ocurren. Y no son raros (p. 291).
Un buen
antropólogo vive con un pueblo indígena durante años, décadas, no para entenderlo, sino para traicionarlo menos en
lo poco que entiende. Lo mismo ocurre con los periodistas
como yo. Lo único que conseguimos es narrar otra experiencia, después de que haya recorrido nuestro cuerpo, siempre
después de que haya recorrido nuestro cuerpo (p. 313).
el lenguaje es un campo donde se libran continuamente las batallas realmente importantes (p. 315)
la humanidad es un
club exclusivo restringido a la minoría dominante (p. 352).
Es importante repetir, una vez más, que en el pasado
nunca hubo paz. Sabemos que el pasado estuvo plagado de
conflictos, sometimientos, supresiones y exterminios. Déspotas electos como Trump y Bolsonaro «han limpiado»
el pasado de sus conflictos y muertes y lo han empaquetado para ofrecérselo a una población asustada por un mundo
cambiante (p. 379).
Imaginar resultó ser una acción más difícil de lo que parecía al principio. Descubrimos hasta qué punto ha sido
aprisionada, cuadriculada y formateada nuestra imaginación.
Decir qué mundo se quiere realmente, con propuestas claras, es mucho más complicado de lo que parece para personas que han sido domesticadas para obedecer o, en el mejor
de los casos, para vivir sólo reaccionando a los ataques (...) De hecho, no es casualidad que los neofascistas ataquen
tanto al arte. El arte promueve la imaginación y siempre es
lo primero que intentan suprimir los Gobiernos y gobernantes autoritarios (p. 385).
La Amazonia. Viaje al centro del mundo.
Eliane Brum
Traducción: Mercedes Vaquero Granados
Penguin Random House
Bogotá
Enero de 2024 (primera edición en portugués: "Banzeiro òkòtó. Uma viagem
à Amazônia Centro do Mundo", 2021)
432 páginas