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sábado, 24 de enero de 2009

Angosta, de Héctor Abad Faciolince

Acabo de terminar de leer Angosta, de Héctor Abad Faciolince, y creo que es uno de los libros que más me gusta de él, superado quizás solamente por El Olvido que seremos, aunque no del todo. Angosta es la obra más política de Héctor Abad... abiertamente política con críticas a todos los extremismos, los de aquí y los de por allá de Gaza o Guantánamo. Todas las violencias las junta en un solo espacio ficticio, una ciudad llamada Angosta, que es Medellín pero con un salto de suicidas como el Salto del Tequendama y un muro como el de Gaza, o el de la frontera entre USA y México.
Además es una obra muy personal, llena de guiños a escritores y a "amigos" de Héctor Abad... En fin, un libro bonito, con unos personajes que uno logra querer...

Acá van las frases:
"Quizá la única ceremonia de la religión de sus padres que para él guardaba todavía algún encanto: "acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir". Polvo. No alma, no espíritu o carne que resucita, sino la pura verdad a secas: polvo, ripio de estrellas, que es la sustancia de la que todos estamos hechos, sin ninguna esperanza de que el polvo vuelva a ordenarse hasta formar al único ser humano en que consiste cada uno".

"El golpe definitivo contra las piedras de la muerte coincidía con la entrada en el Averno, destino ineluctable de todos los suicidas, según nuestra amorosa religión verdadera. cuenta una leyenda angosteña que todos los suicidas, al caer, se convierten en arbustos o guijarros y luego en árboles, en pájaros o en piedras. Esta intuición poética obedece probablemente al hecho incontrovertible de que allí es imposible rescatar los cadáveres".

"Aquí todos somos café con leche; algunos con más café y otros con más leche, pero los ingredientes son siempre los mismos: Europa, América y África".

"pero en Angosta todo lo precario se vuelve definitivo, los decretos de excepción se vuelven leyes, y cuando uno menos lo piensa ya son artículos constitucionales".

"Un hijo que acabó aceptando el silencio como un derecho irrevocable de su padre, y adoptándolo él también a fuerza de voluntad e introspección. La lectura se convirtió cada vez más, para ambos, en una manera de oponer resistencia a la realidad".

"Desde que abrió el negocio se dio cuenta de que los libros perdían fascinación para él, se despojaban de su halo sagrado: habían dejado de ser unos objetos puros, maravillosos (la música callada, la voz de los muertos que se escucha con los ojos) y habían terminado por convertirse en algo con precio, es decir, sin valor: en una mercancía".

"No me gusta intercambiar ideas con nadie, porque salgo perdiendo. Con usted, en cambio, quedamos casi a la par, y a veces gano".

"En el transplante de cabeza es preferible donar el cerebro que recibirlo".

"El Estropeadito (así le dicen porque le falta una presa de todas las que tenemos repetidas: un ojo, una oreja, un brazo, varios dientes, una pierna, y gentes hay que dicen que hasta uno de los dos testigos de su masculinidad".

"Hasta el que menos se piensa, de un día para otro, puede volverse digno de publicación".

"Porque en los humanos la atracción inmediata se disfraza de detalles corteses".

"Hombre promedio, que vota por el Partido Conservador, pero que ha reemplazado la pasión política por el fanatismo deportivo. Toda su cultura proviene de la televisión".

"Los hombres piensan que serían felices si no estuvieran casados; las mujeres piensan que serían felices si tuvieran otro marido. Ese es el secreto del matrimonio: nos da la coartada perfecta para atribuirle una causa a nuestra infelicidad".

"Yo no soy bueno para vivir con. Es raro que en español no se puedan poner preposiciones al final de la frase, con lo cómodas que son".

"No era amor; eran ganas, pero a veces esas cosas se confunden, sobre todo a los ojos de los otros, que suponen que todos los abrazos son iguales".

"una oración enmarcada, Señor, haz de mí un instrumento de tu paz, hipócritas".

"la patria no es otra cosa que una lengua y una colección de recuerdos de infancia y juventud".

"Los padres de Candela habían llegado a la ciudad de abajo a finales de siglo, desplazados de un pueblo de la costa, Macondo, que había sido diezmado, primero por las matanzas oficiales y luego por las burradas de la guerrilla, las amenazas de los narcos y las masacres de los paramilitares. Lo habían perdido todo: la casa, la inocencia, el entusiasmo, la fantasía, la confianza en la magia y hasta la memoria. De su aldea de casas de barro y cañabrava, de los espejismos del hielo, la astrología y la alquimia, sólo recordaban la lluvia interminable o la sequía infinita en la parcela ardiente donde intentaban en vano cultivar raíces de yuca y de ñame para los sancochos sin carne. Habían llegado a Angosta con lo puesto, salvo un pescadito de oro que su madre había heredado de un bisabuelo, y lo cuidaba como la niña de sus ojos, después de un viaje a pie de veintiseis días por ciénagas, selvas, páramos y cañadas".

"La mayoría de la gente calentana, sin embargo, es pacífica y mansa, también solidaria, por lo desesperada, pero la gente mansa, por mucha que sea, casi ni se nota".

"No es extraño que los hijos de grandes lectores resulten iletrados, o con gustos opuestos a los de los padres, por lo que se deshacen de los libros del progenitor como de un fardo in{util, un lastre, la rémora que les impide respirar".

"Las bibliotecas de los críticos suelen ser estpuendas, primero por la inmensa cantidad de libros (no los compran, se los mandan de regalo las editoriales, con dedicatorias lambonas de los autores, que intentan pagar con halagos y por anticipado una reseña favorable) y segundo porque la mayoría de ellos permanecen intonsos, como nuevos, no teniendo el crítico ni tiempo ni ganas de leer los libros que reseña. En Angosta se sabía que el lema de Afamador era el siguiente: "reseño los libros antes de leerlos; así, cuando los leo, ya sé qué pensar de ellos".

"-Aquí viene otro de los que viven en F, Faciolince, el creído.
-?qué hay de él?
-Ese librito corto, la culinaria.
-No es malo -dijo Quiroz.
-Malo no, ridículo -dijo Jursich-. Parece que Isabel Allende o Marcela Serrano hubieran reencarnado en él. Es un libro de hombre escrito con alma de mujer. Una maricada.
-A mí me pareció todo lo contrario. Parece el canto de un jilguero, que usa sus trinos para conquistar muchachas.
-?Por qué lo odias tanto, Jacobo?
-Tal vez porque se parece mucho a mi.
-Aquí están también los Fragmentos y el Hidalgo.
-El Hidalgo es lo único bueno de él. Después se engolosinó con su propia felicidad; es un talento desperdiciado, y no pasa de ahí -dijo Jacobo.
-No sabe escribir diálogos. Yo creo que si les encargara los diálogos a otros escritores, acabaría escribiendo un buen libro. Vive en Paradiso, encerrado en su torre de marfil. Cuando va a la librería, siempre dice que tiene afán. Para mí que la mujer lo domina y no lo deja salir.
-Cambiemos de tema, no sé por qué se ensañan contra un autor menor. Sigamos, Jursich".

"Es el mayor producto de exportación de estos países: no café, petróleo o cocaína; lo que más se produce por estos lados es gente, gente pobre".

"Ponerse el collar de piedras de Cartier que ahora usaba su ex esposa era lo mismo que colgarse del cuello una cuerdecita de fique con mil billetes de cien dólares engarzados: transmitían de modo más escondido o más explícito un mensaje idéntico: yo tengo mucha plata, y me sobra tanta como para colgarme del cuello un capital".

"Una crónica sin remembranzas no tiene sabor".

Héctor Abad Faciolince
Angosta
2004
Editorial Seix Barral
400 páginas